Suplemento Ovación (página 2),
Diario UNO de Mendoza, 21 de marzo de 2004
Apunten contra Cordone y disparen. Que sea ocultado, negado. Barramos la basura debajo de la alfombra y sobre ella hagamos el lunch de los decorosos.
Pocos días hace que Carlos Lobo Cordone, delantero de San Lorenzo de Almagro, reincidió en un control antidopaje realizado por la AFA, tras detectarse el consumo de una sustancia categorizada como social.
Un doble discurso queda en evidencia, sobre todo desde los entes tanto deportivos como oficiales. Por un lado se nos dice –sobre el consumo de drogas sociales –que se trata de una enfermedad, y por otro, de un
caso de corrupción, de ventaja antideportiva por parte del atleta.
Cordone es un caso más dentro de cientos de miles. Hay Lobitos por todos lados, en el fútbol, en otros deportes y actividades sociales y culturales, pero con la suerte o la desgracia de que no se les realicen controles antidopaje.
Detrás de los desfachatados pibes de las esquinas y la popular (chivos expiatorios) ocultamos la realidad de las drogas sociales. El tráfico y consumo de éstas se da en las escuelas, los clubes, los lugares de trabajo, las cárceles, las oficinas públicas, lugares donde conviven los útiles y felices “volados” con los efectivos y “duros entrajados”.
La cotidianeidad nos muestra metacódigos y un lenguaje no sólo de aceptación sino de reivindicación de las drogas, donde los más “copados” se desdibujan y transforman en los referentes de la otra moral, la establecida.
No se trata sólo de deportistas, talentosos o foráneos. No se trata de excepcionalidades, ni abarca a un grupo social ni a una franja de edad determinada.
Las drogas sociales abundan en los recreos, los festejos, las intimidades, en los baños y los pasillos, en los camarines y en el tercer tiempo. Si se trata de un acto compulsivo de evasión, y de personas que cargan en sus cuerpos sustancias que provocan futuras alteraciones y consecuencias psicofísicas, y además, éstos, no sacan ventaja deportiva sino todo lo contrario, cabe preguntarnos por qué se los castiga. ¿No sería mejor ayudarlos, tratarlos, contenerlos en vez de expulsarlos?
Carlos Cordone quedó en evidencia, pero cientos de miles como él –dependientes a las drogas sociales– se ocultan o hasta se vuelven en “buchones moralizantes” buscando autojustificarse y no perder los espacios
y códigos donde se alienta y promueve lo prohibido.
Sería bueno un control antidopaje para los médicos, los dirigentes de San Lorenzo (y otros clubes), la AFA, del COI y los organismos públicos. Por lo menos así quedaría en evidencia que estas entidades también están llenas de adictos con los mismos códigos y dentro de la misma e hipócrita realidad que se oculta. Lástima que varios de estos muchachos –y acá utilizamos el potencial– se dedicarían al narcotráfico y el lavado de dinero lo que sin duda iría de la mano con políticas de ocultamiento, represión y castigo para los
que quedan en evidencia en este gran negocio.