domingo, 29 de enero de 2006

Estado ausente y clubes policías


Suplemento Ovación (página 2),
Diario UNO de Mendoza, 29 de enero de 2006

Volvamos a un tema ya trillado: la violencia en el fútbol. Durante estos días, funcionarios y legisladores han
buscado abordar el tema con algunas ideas, en su mayoría disparatadas.
Parece increíble, pero hay quienes niegan los derechos ciudadanos del espectador. ¿Cómo? Diciendo que
su obligación es garantizar únicamente la seguridad de los jugadores y los árbitros.
Otros quieren que los clubes hagan un registro de hinchas y que sean las mismas instituciones las que se
encarguen, como medida de prevención, de la tarea de prohibir ingresar a los violentos.
¿Un registro de hinchas? ¿Qué es un hincha? Todos son distintos y para ir a una cancha de fútbol no
necesariamente hay que ser hincha.
Los clubes, por intermedio de sus dirigentes, tienen la obligación de no incitar a la violencia, de promover
instalaciones con garantías, de procurar el crecimiento de las instituciones, pero no de cumplir el rol de policías.
Se está instalando la idea de que todos son culpables hasta que demuestren lo contrario, mientras que los violentos –unos pocos– tienen el “territorio” liberado para demostrar su poder.
Sí, los violentos son unos pocos y están protegidos. El fútbol es lugar para ostentar su poder mafioso, contra sus rivales, con los mismos simpatizantes de la tribuna, apretando dirigentes y “combatiendo” a la policía.
¿Pero por que será que esos violentos siempre zafan de la represión indiscriminada?
Funcionarios y legisladores tendrían que buscar a sus alrededores y ver que a esos violentos los tienen en sus actos políticos haciendo número, llevando gente; muchos son los punteros en tiempos electorales. Tendrían que ver que muchos de esos violentos trabajan para sus amigotes proxenetas y narcos en otros zonas liberadas que a diario pudren nuestra sociedad.
Los clubes son sociedades civiles sin fines de lucro, no entes policiales, y en muchos casos deben suplir las
funciones y obligaciones del Estado en cuestiones de contención social.
Funcionarios y legisladores: no confundan los tantos, no deslinden sus obligaciones. Un dirigente no es un policía, un simpatizante no es un sospechoso.

domingo, 22 de enero de 2006

Evo visibiliza una realidad que vivimos a diario


Suplemento Ovación (página 2),
Diario UNO de Mendoza, 22 de enero de 2006

En un hecho histórico Latinoamérica tiene un presidente indígena, quien ayer fue investido, en una emotiva ceremonia étnica, como el máximo referente de los pueblos originarios del continente, se trata de Evo Morales, un aymara, que es el primer mandatario boliviano.
¿Pero que tendrá esto que ver con un suplemento deportivo? Mucho.
“Igualdad y justicia” fueron algunas de las palabras que enunció Morales en la ceremonia que se desarrolló en el templo Kalasasaya en el santuario de Tiahuanaco.
Si el hombre que asume hoy como presidente de Bolivia visibiliza una realidad de más de 500 años de exclusión, discriminación y persecución, sería bueno que hiciéramos lo mismo, visibilizar lo que sucede en nuestro ámbito. Y nos metemos en el deporte, que es lo que nos obliga.
Nuestras disciplinas deportivas, sobre todo las populares, también las practican pibes y pibas de los pueblos originarios, participan de éstas cargando con una tradición de ocultamiento y desprecio por una sociedad intolerante y racista.
Son excluidos, maltratados, despreciados, discriminados, en un maltrato cotidiano e institucionalizado.
Actitudes y palabras bastan para comenzar con ese cargamento xenofóbico que los señala como “otros”. Si bien pertenecen milenariamente a estas tierras, esa huellas que la dan su particularidad, su personalidad, son suficientes para ser tratados como extranjeros, indocumentados, como ciudadanos de segunda, son los que pertenecen al grupo de los que nunca llegan a una beca, a los servicios y garantías mínimas a los que está
obligado el Estado, el principal ejecutor de la desigualdad en el deporte, consumada en la Subsecretaría de Deportes.
Aceptar cantos o insultos racistas y xenofóbicos en una cancha, un comentario despectivo en un camarín, es un folclore siniestro que reproduce, refuerza y potencia la constante cultural de la exclusión.
Desde todos los sectores se puede cambiar, y el deporte, como fiel reflejo de la sociedad, tiene que dar el ejemplo, y comenzar a cambiar la historia.