Diario UNO de Mendoza (página 8) 17 de febrero de 2016
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| Manifestation. De Henri Cueco. | 
La actual alianza gobernante refuerza a diario todo un 
arsenal de propaganda antimilitante y lo hace con la corporación 
mediática militante que acusó a sus adversarios de militantes. 
Militancia se ha vuelto otra vez, desde hace un tiempo, en un insulto; 
es peyorativo, es la forma que se utiliza para descalificar tanto a 
personas como acciones. 
Demonizar la militancia, 
que no es algo nuevo, es una de las estrategias para justificar las 
reprimendas económicas, judiciales, políticas y hasta físicas contras 
las personas que se abrazan a una causa, a una idea, a un objetivo, una 
ONG, a un partido o a un sindicato. 
En síntesis, 
lo que se proponen –y hasta de lo que se jactan– es de que la militancia
 merece algún tipo de represión, aunque en un principio sea simbólica. 
Demonizar la militancia y a los militantes es una acción perversa que 
arranca creando rejas alegóricas, mordazas y sobre todo, estigmatizando.
 Desde el púlpito del Estado muestran cómo ellos transan un límite con 
esos y esas que han decidido que sus cuerpos giren en sus propias 
órbitas.
Si bien no existe nadie ni nada que no 
esté inscripto dentro de una idea, una concepción, una cosmovisión, un 
sentimiento, sólo el que toma posición es acusado de militante y la 
dialéctica es simple: o uno o lo otro y ese otro incluye muchos otros. 
Los
 ideólogos del actual (y desempolvado) relato, que también son 
militantes de un proyecto, un interés y o negocio ubican al militante 
como un alienado sin razonamiento, como a seres captados por alguna 
secta, por el mal; como a ingratos antisociales, como a inminentes 
peligros que amenazan lo establecido por "la normalidad" de la que son 
referentes. Toman un caso y generalizan, generalizan para un caso: 
compactar, serializar, encasillar para luego descartar.
El
 (y la) militante les es peligroso, ya que habla. Descree, discute y 
critica, estudia, se moviliza, reclama, cuestiona, se solidariza y algo 
más terrible aún: se organiza, socializa, convive. Construye.
O acaso no fue gracias a los militantes que se recuperó la democracia que alguna vez conquistaron militantes. 
No
 fue gracias a la militancia que por estos días esperan la sentencia 
cuatro jueces acusados de delitos de lesa humanidad y lo hacen hoy 
sentados en el banquillo escuchando los alegatos de crímenes y vejámenes
 de los que fueron cómplices.
Son los militantes 
los que defienden los derechos laborales e individuales ya adquiridos y 
los que van por la conquista de nuevos. 
Los 
grandes cambios sociales y culturales, esos que parecían imposibles 
hubieran sido imposibles sin militantes en las calles, en los lugares de
 trabajo, en las escuelas, en las casas, en las letras. Es imposible 
imaginar un mundo nuevo, uno mejor sin militantes que vayan por él.

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