Diario UNO de Mendoza (página 10), 31 de julio de 2013
olvidar y esconder una larga historia
Seductor. Tiene barrio, arrabal, sabe de política. Es un jugador de toda la cancha, con gambeta incluida. El nuevo gerenciador de la religión occidental más popular se la juega a todo o nada. Está convencido de que la primera gran empresa global se les viene a pique y que es necesario recuperar consumidores, fieles. Mientras se siguen vaciando las iglesias en Europa sale a fortalecer el gran bastión, Latinoamérica, donde desde hace décadas la competencia les resta seguidores, y poder frente a los Estados.
Tiene el aparato (estructural, político y económico) y sabe utilizarlo. Inteligente, con buena labia, y al mejor estilo rockstar no les escapa a las luces y al centro de la escena para que el discurso llegue, provoque y se propague, en última instancia el relato “sagrado” subyace y los inquisidores están atentos para corregir los daños colaterales a la eficaz ecuación de la superstición, el miedo, la culpa y el perdón.
Tarea fina, a viva voz y en tiempo exprés, así trabaja en lo que parece ser la primera misión: salir del ocultismo, borrar una historia de crímenes seriales, opacar el lucro obsceno y la pederastia. Arropado de austeridad debe garantizar las suntuosidades del clero, de los burócratas de la fe.
Convoca y moviliza a millones. Convence. Enamora. No deja de sorprender, de romper el protocolo. Este “viejo piola” entiende los cambios, ve la juventud movilizada y este surfea sobre esa ola.
Jorge Bergoglio les pidió a los pibes y pibas en Brasil que “hagan lío”. Sonó bonito, renovador, sobre todo si se tiene cuenta lo que pasó hace unas décadas con los que “hicieron lío” dentro de las iglesias (y fuera de ellas): fueron perseguidos, torturados, desaparecidos.
Con la maratón de agradar, el agradable Papa lanzó: “Si alguien es gay, ¿quién soy yo para juzgarlo?, aunque unas semanas antes desde el Vaticano había salido a acusar al “lobby gay”. Ahora se muestra más “misericordioso”, aunque sin condenar la homofobia y la discriminación. Hace poco, en su rol de Arzobispo, llamó a ‘una guerra de Dios contra el plan del demonio’ cuando se trataba el matrimonio igualitario.
Mediático y de sonrisa prominente, encumbrado en retórica no podrá negar que fue parte de la institución que llamó a “cooperar positivamente” con la dictadura criminal que se instauró en el país en 1976, de ser ahora el máximo responsable de una iglesia que avaló el genocidio perpetrado por el nazismo, el exterminio de los pueblos originarios en América, que en forma directa, con las cruzadas, asesinó y saqueó a millones de judíos, musulmanes, ateos y protestantes durante siglos, y que hasta no hace mucho tiempo discriminó racialmente quitándole la condición “humana” a gran parte de las culturas y etnias a africanas y americanas, y aún sigue denigrando y subyugando a la mujer.
El ahora Francisco en la Iglesia de siempre. Un hombre, una imagen y algunos gestos para borrar, olvidar y esconder una larga historia.
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