Suplemento Ovación (página 2),
Diario UNO de Mendoza, 13 de junio de 2004
Parece que le gusta el rol de sheriff, de hombre de mano dura, y lo peor es que desde arriba se lo festejan y lo apoyan.
Javier Castrilli (director del Programa de Seguridad de Espectáculos Futbolísticos, PROSEF), con una medida llena de contradicciones deja un precedente patético para el fútbol argentino y para el ejercicio de las libertades.
Si se prohíbe algo tan banal y sencillo como identificarse con un club de fútbol, qué queda para las manifestaciones ideológicas, religiosas, o de orientación sexual que no responden a la norma establecida.
Prohibir el ingreso a un lugar público por tener gustos diferentes es simple y llanamente discriminación.
En sentido peyorativo se ha puesto de moda la categoría de “visitante”, como la de “diferente”, que no es nuevo y se manifiesta como un justificativo para considerar como enemigo al otro.
El fútbol es una manifestación pública, no privada. Los clubes son sociedades civiles, no fuertes militares. Y los árbitros sedientos de protagonismo y devenidos en funcionarios son lamentables.
Para el superclásico del fútbol argentino los hinchas visitantes no pueden concurrir al estadio del equipo local. La normativa no sólo es violenta en sí misma por su discriminación, por la desarticulación de una escenificación, sino por los valores ocultos que propugna: rechazo, intolerancia, violencia, segregación.
El mensaje defiende el sentido de unicidad, de intransigencia, sin sutilezas se dice que todo aquel que sea distinto, que se vista de otro color es un indeseable, un enemigo, lleva a ver a los otros como integrantes de guetos peligrosos, que no deben pisar ciertos terrenos. Se trata de medidas belicistas, militaristas, muy cercanas a las patéticas décadas de plomo.
Escudado en nombre de la seguridad, repugna ver cómo evade atacar a los verdaderos violentos. La violencia en el fútbol no es el “fanatismo”, ni las banderas, ni los cánticos, ni las camiseta, ni las cargadas. Se trata de organizaciones mafiosas.
El poder desde hace tiempo ha extendido sus tentáculos dentro del fútbol, y con códigos mafiosos, tanto políticos, gremialistas y empresarios amparan, protegen y promueven a quienes se encargan de sus trabajos sucios, los que van desde la reventa de entradas hasta el narcotráfico, aprietes, secuestros y proxenetismo. El método: la violencia, la impunidad.
Estos, los barrabravas, con las nuevas medidas, no tendrán a los de enfrente para demostrar su poder, pero siguen teniendo a los de al lado y a los de abajo para demostrar que ellos mandan en su localía.
El poder los ampara, necesita convivir con sus matones y enmascarar una acción como políticamente correcta atacando el color visitante. Hipócritas que generan un segregacionismo para no tocar los intereses mafiosos que hay insertos en el mundo del fútbol. No les importa desvirtuar el juego, el deporte, el espectáculo, los sentimientos. No les importa pisotear tantos años de lucha por la tolerancia.
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