Suplemento Ovación (página 2),
Diario UNO de Mendoza, 3 de junio de 2007
Joseph Blatter no tiene altura, y eso que nació entre los cerros suizos. No tiene altura para gobernar una organización ecuménica que busca reunir a distintas culturas, realidades e idiomas en un mismo juego: el
fútbol.
El señor que maneja el balompié ha prohibido que se jueguen cotejos internacionales a más de 2.500
metros sobre el nivel del mar, perjudicando de esta forma a ciudades como La Paz (Bolivia), Bogotá (Colombia), Cusco (Perú) y Quito (Ecuador), mostrando una típica actitud etnocentrista, europeísta, amparado en sus obedientes secuaces que buscan eliminar las “diferencias” que puedan entorpecer el magnífico negocio que genera el deporte más popular (y rentable) del planeta.
Lo que las soberbias anteojeras de Blatter terminan negando es que en La Paz, Bogotá, Cusco y Quito
(entre otras ciudades) vive gente, mucha gente que durante siglos se ha desarrollado cultural y económicamente en la “altura”, y en muchos casos es en esos lugares donde ha logrado sobrevivir parte
de las raíces y costumbres de nuestros pueblos originarios.
Parece que ahora para los conceptos etnocentristas la altura es privativa; no parece que lo fue a la hora de la conquista, la explotación y la transculturización que impusieron.
Durante mucho tiempo se habló del fútbol como motor para construir un mundo mejor, “universalista”, pero ahora este mundo no incluye a los que viven “alto”, por lo que se eliminaría la condición de “campeón mundial”, ya que no estarían todos los pueblos del mundo incluidos dentro de la FIFA.
Se están violando conceptos fundamentales, como la universalidad del fútbol, el derecho a jugar donde uno vive.
Ahora atacan la altitud y quizás en unos años avancen contra la latitud y se prohíba jugar en las perisferias, lejos del centro futbolístico del mundo, que está en Basilea, a unas horas de la ciudades que sí tienen la altura justa.
La decisión de Blatter no es médica, es política.
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