Suplemento Ovación (página 2),
Diario UNO de Mendoza, 14 de noviembre de 2004
Pasó el superclásico, el River-Boca, el ícono de nuestro fútbol. ¿La popularidad, lo pasional del balompié existiría sin su entorno?, seguro que no. Folclore de banderas, cánticos, y cargadas.
Tradición, rito de violencia, intolerancia y enajenación. Se proyectan dos bandos por casi inentendibles simpatías futbolísticas y se teje todo un armazón ideológico, moral y político detrás de ello.
Casi la mitad de las banderas que llevó la hinchada de River eran argentinas. El emblema nacional empuñado como arma nacionalista, chovinista, xenófoba.
Mostrar al otro como extranjero como el lindante, el de la frontera cultural, acusar al de enfrente por sus huellas provenientes de los pueblos originarios. La broma hecha racismo.
Después llegaron las cargadas, los afiches (institucionales y costosos), otra parte de la ceremonia donde
el ingenio trabaja con recurrentes estereotipos, sobre todo de violencia sexual, de sexismo.
El fútbol no deja de mostrar una sociedad patética que en las tribunas y las calles aprovecha para dejar fluir su mierda intelectual, sus odios y represiones.
Esplendor aceptado hasta la revancha, y luego habrá otra para sublimar sobre esta pobreza, que es mucho más fácil que denunciarla y cambiarla.El entorno hace al objeto y sobre este se reconstruyen los sujetos.
Hace rato que el fútbol se escapó del deporte, que el deporte se escapó del deportista, que el deportista se escapó de su humanidad.
Por acá los hinchas en un acto masoquista y suicida ingresaron a la cancha, golpearon a sus propios jugadores y condenaron a su equipo (vía sanción) a un casi seguro descenso. ¿Tienen la culpa el club de sus hinchas? ¿Qué sería un club sin sus hinchas? Como esos dirigentes que se acuerdan de un torneo al que subestiman e ignoran, dos semanas antes del final y para no descender ponen a los profesionales.
El entorno es el fútbol, el entorno no tiene códigos, es poderoso e impune.
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