Suplemento Ovación (página 2),
Diario UNO de Mendoza, 30 de mayo de 2005
La invasión argentina en las instancias decisivas del Grand Slam de tenis Roland Garros y la clasificación como challenger por el título mundial del veterano boxeador Jorge Castro se agregaron a los éxitos previsibles del fútbol (Boca y River en la Copa Libertadores). A esto se le suma la figura descollante de Emanuel Ginóbili, de los Spurs, en las semifinales de la NBA, y el empate logrado como visitante de los Pumas ante los British Lions.
En pocos días el deporte argentino vive un gran momento. Destaca y desdobla las "probabilidades". Y hay
quienes quieren estudiar un "fenómeno", sobre todo en el tenis.
¿Es un fenómeno? Cuesta entender cómo un país quebrado, periférico y alejado de toda política deportiva
pueda estar en los primeros planos de la elite del deporte mundial.
Si bien la sponsorización juega un papel fundamental para sostener el momento, se trata sólo del momento.
El deporte argentino puede sobrevivir gracias a su primer reducto, los clubes; ésos que se comenzaron a
construir en las primeras décadas del siglo pasado y se fueron potenciando en sus generaciones siguientes.
Mientras hay países obsesionados por la detección y seguimiento de talentos, en Argentina de la cantidad y la casualidad resurgen, a destiempos económicos y políticos, esas figuras. Quizás sea un fenómeno, un asomo de valores culturales que resistieron los avances individualistas y economicistas, más allá de que el
valor del logro deportivo se transforme en valor económico y el esfuerzo se represente un accionar individual.
El club será un buen elemento de análisis para entender el fenómeno, más allá de sus dirigentes y sus federaciones o del Comité Olímpico Argentino a contramano.
El club como lugar de contención, como órgano para escapar de la soledad.
Son éstos, los clubes, los que generan los atletas que brillaron, que brillan y que algún día brillarán. Como
fenómeno este país se formó con muchos clubes y éstos sobreviven con pelotas sobre verdes oxidados, sobre frías baldosas, sobre rings de deshilachadas cuerdas, o en escenarios un poco más cuidados, pero lejos del lujo, y la planificación que el Primer Mundo quiere entender y no puede.