lunes, 12 de marzo de 2007

La historia grande de los moscas


Suplemento Ovación (página 2),
Diario UNO de Mendoza, 12 de marzo de 2007 

Aquel 13 de julio del 2002, en el borde del ring del Luna Park, desde UNO vivíamos la reapertura del mítico estadio para el boxeo y la consagración del chubutense Omar Narváez, quien merecidamente llegaba
como favorito tras una larga carrera como amateur y, luego, con un impecable récord profesional.
Disfrutábamos de un nuevo cinturón ecuménico conquistado con una impresionante actuación. Lo que nunca
nos imaginamos es que el patagónico iba a terminar con el récord de defensas, en los moscas, de Santos Benigno Laciar y nuestro Pascual Pérez (el mejor boxeador argentino de la historia y el mejor mosca del
mundo).
Con 31 años, Narváez realizó el sábado su décima defensa y abrió un sinfín de parangones y paralelismos.
Pero las comparaciones son odiosas; son épocas, coyunturas e historias distintas. Pascualito reinó desde
1954 durante seis años, en una época donde había una sola entidad mundial (ahora hay cuatro de  importancia y otros sellos más) y sólo ocho categorías (ahora son 17). El mendocino debió probar antes a sus retadores y la mayoría de las peleas la hizo afuera.
Pero lo conquistado y realizado por Narváez no merece ser desestimado.
El Huracán de Trelew demostró que es un gran campeón, ya que viene de superponerse a todas las complicaciones que el boxeo-espectáculo-negocio se le fue interponiendo.
El zurdo ya lleva tres defensas peleando con una mano: la derecha, ya que en el 2005 sufrió una fractura
en la izquierda, que se la dejó casi inutilizada para el boxeo.
El sábado fue a Francia, ante un rival de quilates, Brahim Asloum (ex medallista de oro en los Juegos de Sydney), cuyos managers eran los mismos promotores de la velada. Para colmo, Narváez se desvinculó hace dos meses de su técnico Carlos Tello, a quien tuvo en su rincón durante casi diez años. Así y todo, Narváez subió con el “corazón”, apeló a su experiencia y fue pintando con la mano menos hábil un triunfo histórico. El boxeador, el hombre, solo, como visitante y con sus limitaciones físicas, demostró con inteligencia y calidad cómo sobreponerse y abrazarse a un presente sin igual, y convertir el futuro más accesible para sus pretensiones.

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