Diario UNO de Mendoza (página 14), 13 de marzo de 2013
Patotas sindicales, traición y retórica. Encubrimientos en algo más que un simple prostíbulo.
Miremos, pero no veamos. Escuchemos y asintamos. La hipocresía da otro paso más, se viste con el ropaje del sentido común y se desplaza con comodidad, con frescura y armada para establecer lo establecido con la sabiduría que recogió del pasado para repetirlo, aggiornarlo, perdurarlo.
Ante la pibas y mujeres que desaparecen víctimas del femicidio y las redes de proxenetismo se lanzó una campaña contra la trata, a lo que luego se hizo estridente el anuncio, como la solución salvadora, del cierre de los prostíbulos por lo menos en Capital, donde la primera revictimización, obviamente, cayó sobre las mujeres que “trabajan” en ellos. En realidad, los prostíbulos no se cerraron. La mayoría sigue operando y sus clientes son muchos de los que durante el día se rasgan las vestiduras en nombre de alguna consigna políticamente correcta y de noche se deshacen de la misma en nombre de la misoginia.
El proxenetismo no sólo es regentear un prostíbulo, explotar mujeres. Se trata de una red donde está involucrado todo un abanico se sectores de poder armados para el encubrimiento y los negociados: jueces, policías y políticos. El proxeneta aprovecha su territorio liberado para realizar, además, otras tareas afines: prestamista (con los violentos sistemas de cobro incluido), narcotráfico y financiador de campañas políticas, uno de los costos para sostener la rueda de su mercado ilegal.
Sigamos con otro ejemplo de hipocresía: en Mendoza, ayer se realizó un acto para recordar los 40 años del triunfo de Héctor José Cámpora, quien logró plasmar un renovado y progresista peronismo apoyado en la juventud movilizada de principios de los ’70, cuando, poco tiempo después, sectores reaccionarios del propio partido armarían grupos de tareas para perseguir, proscribir, torturar y hacer desaparecer a miles de esos militantes: la tristemente recordada Triple A, que luego se magnificaría en sus operaciones con la dictadura militar.
Hoy, la figura del camporismo, de aquella juventud y sus consignas, es ícono y retórica del oficialismo nacional y provincial, aunque muchos de los que se prenden de la ubre del poder utilicen los mecanismos nefastos de los grupos de tareas. Si no, veamos el caso del violento ataque al sindicato de prensa por parte de encapuchados, de sicarios (matones pagos) comandados por ambiciosos y despiadados burócratas que no se resignan a aceptar a las mayorías y la democracia. ¿Acaso ya no fue suficiente el crimen de Mariano Ferreyra en manos de una patota sindical?
La hipocresía avanza, encubierta y sutilmente, engañando, comprando o aplastando. Avanza, se consolida, se esconde detrás de mil caretas.
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