lunes, 3 de octubre de 2005

Se trata de niños y no de mercancías


Suplemento Ovación (página 2)
Diario UNO de Mendoza, 3 de octubre de 2005

El trabajo infantil es una de la aberraciones sociales más cotidianas. Si bien esta práctica está prohibida por las leyes y fuertemente condenada por organismos internacionales de derechos humanos, poco se hace por frenar la explotación infantil y las consecuencias que produce.
El deporte no es la excepción, todo lo contrario, en nuestro medio se promueve y festeja la rápida y precoz inclusión de los pibes al mercado laboral.
Sin ningún tipo de contención mezclan a los niños en un mundo que no les es propio, con un sinfín de códigos y obligaciones atemporales.
Son obligados por un complejo entorno a competir, debatir y forzar sus cuerpos y mentes con adultos. Los objetivos, las metas, los valores y las necesidades son muy distintos.
Embarcados en obligados sueños, a presiones sociales, culturales, mediáticas y familiares, cada pibe con un balón en los pies carga con la obligación de ser "figura", "estrella" y alrededor de ellos se mueve un prolífico mundillo que sin saber nada de pedagogía, de derechos elementales y sin ningún tipo de sensibilidad, los tratan como mercancías.
No sólo no hay control estatal sino que en parte estos estamentos participan de alguna forma de éstas perversas prácticas.
Si el pibe fracasa no importa, hay miles detrás de él, y el mismo técnico o dirigente se olvidará de esa persona como una cosa en desuso.
No sólo se trata de proteger las endebles piernas de estos chicos, también hay que tener en cuenta el daño psicológico a los que son sometidos.
Ya desde las inferiores son subordinados a entrenamientos desmedidos, a una concepción profesional de lo que debería ser lúdico.
Por más genialidad en una gambeta, por más que le ganen al mejor ajedrecista del mundo, son niños. Están en un proceso fundamental de sus vidas que parece ignorado por todos, aun por quienes tienen la obligación de proteger sus derechos.

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