Diario UNO de Mendoza (página 12), 18 de abril de 2012
Videla dio detalles sobre la represión. Lo hizo de forma reivindicatoria, retórica y rencorosa
Quizá porque sabe que el periodismo no hace justicia o porque lo recuerde como su servil arma propagandística, habló. El principal burócrata armado del último genocidio en el país despachó frente a un micrófono lo que no dijo y seguramente nunca dirá en los tribunales.Jorge Rafael Videla dio detalles, “pasó revista”, del (su) accionar represivo y no por remordimiento o arrepentimiento, lo hizo de forma reivindicatoria, retórica y rencorosa.
El longevo ex jefe militar de la rapiña de los ‘70 sabe muy bien lo que dice y cuándo lo dice. Sabe que, aún preso, en gran parte triunfó, que en gran parte son muchos los que lo reivindican, que “la causa” sigue viva y que ha tenido varias victorias después de su caída.
El monstruo habló de cómo “disciplinar a una sociedad anarquizada” y denominó la matanza planificada como “Disposición Final”. Esta frase que usa el genocida en sus argumentos, sin rodeos retrotrae a la “solución final” que esgrimió el nazismo para justificar el exterminio de judíos.
El tirano afirmó que durante la dictadura cívico-militar que encabezó hizo desaparecer a “siete u ocho mil personas”, que eran parte de listas integradas por “líderes sociales” y “subversivos”. Blanqueó el robo sistemático de bebés y las torturas.
Todavía hay quienes niegan, minimizan y hasta construyen asquerosas argumentaciones fantásticas sobre los
desaparecidos, pero la fría bestia que controló la Rosada durante un lustro lo aclara: “Cada desaparición
puede ser entendida ciertamente como el enmascaramiento, el disimulo, de una muerte. No había otra solución; estábamos de acuerdo en que era el precio a pagar para ganar la guerra contra la subversión y necesitábamos que no fuera evidente para que la sociedad no se diera cuenta. Había que eliminar a un conjunto grande de personas que no podían ser llevadas a la Justicia ni tampoco fusiladas”.
El libro –pronto a salir– de Ceferino Reato Disposición final es desde donde se termina de blanquear lo archisabido, ocultado y tergiversado. También es el lugar donde el represor vuelve a la carga con su propaganda sin antes pasarles factura a sus socios: “Los empresarios se lavaron las manos. Nos dijeron: ‘Hagan lo que tengan que hacer’ y nos dieron con todo. ¡Cuántas veces me dijeron: ‘Se quedaron cortos, tendrían que haber matado a mil, a diez mil más!’”.
Las palabras de Videla son activas y no sólo remiten al pasado. El sangriento régimen, tras el genocidio, la expulsión, el exilio y el silencio de toda una generación, allanó el camino para uno de sus grandes objetivos: “ir a una economía de mercado liberal”, la que encontraría su cenit durante corrupción-democrático de los ‘90.
Con cinismo, el asesino sacó a la luz a parte de sus secuaces (muchos de los actuales camaleónicos funcionarios) y los distintos métodos de operaciones posibles. “Las desapariciones se dan luego de los decretos del presidente interino (democrático) Ítalo Luder, que nos dan licencia para matar. Desde el punto de vista estrictamente militar, no necesitábamos el golpe; fue un error”.
Videla estará condenado a cadena perpetua, pero la violencia criminal de los aparatos represivos del Estado no cesó, vale recordar los fusilamientos de Carlos Fuentealba, Maximiliano Kosteki y Darío Santillán. O el crimen de Mariano Ferreyra, mentado entre la inteligencia de la mafia que controla los trenes, la “ausencia”
policial y el accionar de la patota sindical.
Quizá, Videla y los suyos (que pululan por todos lados), que dejaron sembrados prejuicios, estigmas, miedos y vacíos, se regocijen al ver el prolongado silencio tras la desaparición del testigo Jorge Julio López, al escuchar frases hechas como “la policía tiene las manos atadas”, “antes estábamos mejor” o “la culpa la tienen los derechos humanos”, al ver cómo ya no hagan falta decretos como los de Luder, teniendo la flamante, laxa y perversa ley antiterrorista.
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