Por eso hay que seguir apelando a los adornos de ocasión
que se adapten a la moda y los objetivos
Por ahora no hay ciudades de cotillón, esas que se puedan
alquilar y armar con inflables, y estructuras rápidas y livianas para llevar de
un lugar a otro. Hay salones de fiestas, estadios y otros volátiles espacios,
pero ciudades aún no hay.
Por lo tanto, al cotillón de moda se lo debe adecuar a la
infraestructura existente que recibirá a los visitantes. A esto se le suman las
pequeñas obras, únicas en su especie, ya que estas no se postergan, no tienen
cortes de cinta y están listas en tiempo y en forma.
Si bien la histórica visita de presidentes y presidentas (y otros funcionarios) latinoamericanos a Mendoza que la semana próxima tendrá Mendoza desnuda los tics del anfitrión preocupado por la imagen, es cierto que esto no es ni nuevo ni propio de estas tierras.
Según las épocas, las circunstancias, las necesidades y los
objetivos, esto cambia pero siempre el orden, la limpieza y el progreso son
denominadores comunes a la hora de mostrar, de mostrarse.
La “maravillosa” Mendoza en su mendocinidad, orden, limpieza
y progreso también tiene su objetivo: el imán mediático internacional que alrededor
de los discursos, chismes y algún que otro escándalo o exabrupto de las
principales figuras políticas del cono sur, muestre y hable del dónde, y que
ese lugar sea el próximo destino de turistas o algún inversionista .
Las guirnaldas están muy pasadas de moda, ese rococó de una
resistencia victoriosa no va con estos tiempos, para eso se ha apostado a la
palmera, arbolito ya muy maltratado en esta columna en su estrecha relación con
el fetiche de la mendocinidad.
Estos elementos arbóreos se han apoderado del Acceso Norte,
algunos aún sostenidos con tutores, buscan no sólo mostrar un clima que no
existe, sino que sobre todo son claves para tapar. Y claro desde el aeropuerto
al centro, justo en el camino obligado de los ilustres visitantes, no podemos dejar
que se evidencien –y tanto– la sequedad, los basurales, la pobreza. La Mendoza de las orillas,
esa que tanto irrita y que crece, por suerte con mayor fuerza en tantos otros
márgenes, lejos de los circuitos que ameritan algún cotillón.
Con un poco de pastito, con estos árboles tropicales (los
que seguro perderán el riego y la dedicación que le vienen dando), con
semáforos nuevos y las sendas peatonales pintadas, más un par de baches
tapados, la cosa cambia, somos mejores. Un buen anfitrión debe cuidar los
detalles, con tal, los hoteles tienen sus estandarizados servicios
intencionales tanto para el hospedaje como para las reuniones protocolares.
Vamos, que la globalización tiene sus méritos.
Una lavadita de cara, algo de pintura y listo. Por desgracia
todavía no hay ciudades de cotillón para alquilar a la hora de recibir
invitados de lujo. De todas formas, tenemos asegurados actos, reuniones,
reconocimientos Honoris Causa, debates, sonrisas y aplausos. Lástima que no se
podrá estrenar el nuevo himno provincial para que los visitantes se deleiten
con nuestros lugares comunes.
El 30 de junio ya no quedará ningún mandatario invitado en
Mendoza, se estarán yendo los últimos funcionarios del malón (diría Manuel De
Paz) y la provincia seguirá siendo la misma. Esperemos que no se descascare
rápido la pintura ni se sequen los arbolitos tropicales, que las comunas
consigan plata para no derrumbarse durante el segundo semestre, que se terminen
y se pongan en marcha esas y tantas obras demoradas, y varias veces inauguradas
durante tiempos cazavotos, que arranque el metrotranvía.
Ojalá que a nadie se le ocurra inventar ciudades de cotillón
para alquilar, que para eso sobran funcionarios y discursos.
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