Diario UNO de Mendoza (página 8 ), 24 de setiembre de 2014
El policía asesino, machista y misógino antes de vaciar su arma reglamentaria, proporcionada por el Estado, en el cuerpo de su sobrinito y su suegra, ya estaba denunciado por violento, tenía exclusión del hogar y la prohibición de acercamiento a su ex mujer y a sus hijos.
La Justicia había considerado que el tipo era peligroso. Se había expedido el Sexto Juzgado de Familia, aunque no sirvió de nada. Para la arcaica mentalidad de la superioridad policial ese mismo hombre que puede hacer (que había hecho y siguió haciendo) daño en su propio seno familiar no lo haría en la calle (¿Lo habrá hecho? ¿Cuánto?).
Desde el Estado, a través de sus funcionarios, argumentan que no hay una ley o reglamento que exija quitarle el arma a un policía golpeador, a un policía que amenaza de muerte, que intimida, que extorsiona, que sentencia al miedo a quien ya no puede poseer y controlar.
Esos mismos burócratas que argumentan la falta de una ley tienen la potestad de reglamentarlo o decidirlo como una disposición interna. O será que la violencia contra las mujeres les es un hecho menor, o será que no se han enterado de las estadísticas que muestran la cantidad de mujeres muertas por femicidios en manos de sus parejas o ex parejas, o será que estas situaciones las han naturalizado como parte de su cotidianeidad, y hasta como algo que se da contra “ellas” dentro de las mismas fuerzas de seguridad. O será que son tantos los violentos que quedaría la mayoría de la policía desarmada, o será que es parte de la simbólica necesaria del modelo de policía que se busca, o será que no conviene reglamentar dentro de la fuerza, ya que al hurgar saldrá toda una trama que al poder del Estado no le conviene que se sepa.
Y así nos seguimos preguntando: cuántas leyes violó este policía antes de llegar al fatal desenlace. Cuántos de esos golpeadores no son denunciados por miedo. Cuántas omisiones, y hasta justificaciones, hay detrás de estos depredadores que se muestran tan distintos a como actúan en la intimidad, y cuántos son los que los defienden culpabilizando a sus víctimas.