jueves, 18 de diciembre de 2014

De banderitas de colores, idolatrías, místicas y sumisiones rentables

Diario UNO de Mendoza (página 8) 17 de diciembre de 2014

 El sonido ya no llega a las orillas, al fondo. El estribillo es sólo una mueca de brazos al aire, de los que se abrazaron temprano al esqueleto del opaco escenario. El sonido no llega más allá de que aún aturda a los más fieles de la misa, a los aturdidos que entronizan al emisario. El audio es pobre y ya no es el viento el que se lo lleva, quizás el peso de la propaganda lo hace pesado y lo tira, quizá no quiere llegar lejos, se esfuma. Pero los devotos volverán al próxim
o encuentro (¿o no?). La religión es así, poco importa si se escucharon el coro y la homilía, el mensaje está en la obediencia y abnegación del pueblo. Toda mística necesita la reverencia de los peregrinos que ven, aunque no los reconozcan, que aquella causa se enquista en un sentido más amplio del que queremos buscar en el sonido que no llega, pero que alguna vez llegó, creo.
En síntesis, al que no escuchó nada tras viajar miles de kilómetros no se le devolverán los 500 pesitos de la entrada y menos aún de los gastos que significó la procesión. Y claro, la vida de un ídolo es cara y no se sostiene con cariños y banderitas de colores.
Pero también es cierto que no todos están dispuestos al calvario, al autoflagelo y la sumisión. Muchos alzaron la voz en una necesaria herejía que desidolatra, que pone fin a algo que alguna vez y hace rato dejó de ser, levantan la voz y su sonido llega para hacer tambalear ese negocio y una de las tantas herramientas de las que se apropió un relato.
Al final, se trata de mucho más que de los $500, de los 50.000 pensados y los otros 70.000 inesperados, o de lo que no invirtió, o los privilegios que se les otorgó.
La religión tiene esas cosas. Religión es poder, lobby, impunidad. Es lo que lleva a borrar tapas de diarios que reflejaban cuantiosas investigaciones o a que la gran abuela vaya al pie del cómplice que ya no lo es y que ahora, desde su trono en Roma, quien fuese otrora cuestionado, ahora ya como aliado sea nacional, popular y hasta progresista.
Agachar la cabeza, consentir y callar. Religión que lleva la culpa como eficaz espada para amenazar y perdonar a quienes de rodillas se ciegan a ver el culpable.

La religión, como toda pasión, aniquila cualquier razón. Logra poner nervioso a un gobernador por la simple palabra “laico” en un texto laico. Laicidad que hace un siglo y medio atrás fue bandera y consigna. Fue triunfo.
Hoy, lo laico genera miedo, es enemigo de los grupos de lobby de financistas y patrocinadores de quienes tienen que seguir subsidiando las instituciones místicas que se oponen a lo laico, la razón y la libertad.
Pero las banderas no son inocentes, están cargadas de religiosidad e ideología, de intereses. Quizás por eso estemos en tiempos donde la moda es levantar las que están en contra de los derechos humanos, que, a su forma y según los tiempos, se trata de las consignas que acompañan la violencia institucional, la represión y la violación de los derechos individuales, sociales y laborales. Y así hay quienes refuerzan sus candidaturas con la idea de “perdonar” a asesinos, violadores, torturadores, ladrones de identidades, a golpistas.

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