Diario UNO de Mendoza (pagina 8), 13 de enero de 2016
El año es nuevo y el cambio de piel quiere engañarnos, pero
los personajes no son nuevos. Culpemos a la tormenta, mientras se
fabrican nuevas nubes.
"El derrumbe no se detiene, y
las aguas siguen bajando turbias", les gritó a sus anodinos vecinos el
tortugo Jorge tras interpretar el movimiento de labios de los
visitantes y de los sonidos que el tragaluz le regalaba. A unos pocos
kilómetros, en otro lugar de encierro, el oso Arturo se jactaba de ser
protagonista central de los últimos resabios de obra pública que se han
observado en el parque General San Martín y sus alrededores.
El
peludo y veterano bicho de climas helados apreció de cerca el
megaoperativo de limpieza en su pileta de 120 mil litros que volvió a
contar con agua limpia y fresca, dos condiciones que caducan
rápidamente, no como el encierro. Así fue cómo los ojos del animal
observaron en los límites y dentro de su recinto a los bomberos, al
personal del Departamento General de Irrigación, a los de Vialidad
provincial, de Agua y Saneamiento Mendoza (AYSAM), y también los de la
Municipalidad de la Capital, además de algunos empleados del mismo
Zoológico a los que Arturo ya conoce y a los que no responsabiliza de la
humillante condición de verse obligado a enfrentarse a tanta humanidad,
sin contar con la rejas y climas que tampoco nunca eligió.
Varias
calles más abajo el húmedo tortugo escucha que el Cacique Guaymallén
viene lleno, el agua marrón acarrea las flaquezas de los suburbios. El
encaparazonado reptil nada hacia la nada que lo embiste vidriada y se
pregunta dónde van a parar los despedidos. Saben que en el último mes ya
se pueden contar de a miles los que se quedaron sin trabajo, los que se
bajaron del andamio, los que dejaron el escritorio. Vuelve la tormenta
sembrando nuevos y profundos baches. Dentro de la coraza piensa cuánto
resiste el ahorro de quien no tiene capacidad de ahorro.
Mientras,
siguen cambiando los nombres en las tarjetas de presentación y en los
carteles de los despachos. Nuevos séquitos de familiares, favorecedores y
amigos ocupan las segundas líneas. Los drenajes están tapados, las
guaridas inundadas y los pericotes se muestran dubitativos.
Se
aproxima la segunda quincena y hay quienes todavía esperan su sueldo
mientras los acopiadores de cereales ponen la mirada en horizontes donde
los sueldos sean aún más míseros para invertir sus nuevas y millonarias
ganancias. Pero cercan tendrán algún delfín que les haga piruetas por
esa recompensa que sólo son las calorías necesarias para la próxima
pirueta.
Las animalidades se justifican lejos del
reino animal. Siempre hay una mascota para mover la cola, o repetir lo
olvidable, para cuidar los límites y atacar lo inesperado. Esas
bestialidades a las que ni el oso ni el tortugo se animarían.
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