Sí, también están los que insisten en que atrasa, que es
retrógrada, y argumentan que de tradición no tiene nada, que se trata de
la máxima expresión provinciana del infoespectáculo, e insisten en la
idea de que el Estado y su religión arrebataron un festejo pagano para
cargarlo de simbolismos que están lejos del laico y secular desahogo de
fin de cosecha de los verdaderos trabajadores de la tierra, los que
desde hace 80 años pasaron a ocupar sólo un lugar romántico dentro del
relato.
Insisten esos y esas en mostrar un
constante vocabulario de estigmatización, discriminación, de ingnoracias
y contradicciones. Son los mimos que consideran que la Fiesta de la Vendimia es un oneroso concurso de belleza que sigue cosificando a las mujeres.
A
estos, los críticos y disconformes, les cuesta ser "políticamente
correctos" o por lo menos, manejarse con sutilezas y se les nota, por
ejemplo cuando afirman que la fiesta, el calendario y todo lo que rodea a
la Vendimia es idiotizante.
Para algunos tanta
majestad, tanta realeza, tanta solemnidad, tanta capa y corona, tanta
soberana, tantos grotescos ademanes rococó, tantos zares encubiertos y
tantos bufones camaleónicos les incitan un llamado republicano, les
parece que la revolución independentista de hace dos siglos sólo sirvió
para algún cuadro del guión del Acto Central, de esos que en los que por
ejemplo un caballote blanco y un "libertador" se pasean en la
esquizofrenia del sinsentido, aturdidos de tantas frases hechas y
lugares comunes.
Claro, a esos mismos, los de
pensamientos inconformistas, les encantaría que la espada libertadora se
vuelva a levantar contra tanta retórica monárquica y aristócrata,
contra la pleitesía conservadora.
La Vendimia crece
en años y se atornilla, se establece con sus "fiestas", sus libretos,
sus locutores y sus animadores. Cuenta con un lenguaje propio, con
adjetivos que adjetivan adjetivos. La octogenaria Vendimia es poderosa,
es quizás uno de los rasgos más fuertes de la mendocinidad. Tiene sus
reality dentro del reality constante que envuelve a todos por estas
tierras, más allá de que algunos –de los que hablamos– intenten
resistirse a no arrodillarse al sentido común de las charlas, las
imágenes, los prejuicios y las retrógradas simbólicas de sus rutinas
como esas en las que el pueblo en las calles estira los brazos para
alcanzar una fruta, mientras la aristocracia desayuna y luego almuerza
digitando los precios de las frutas, de los cuerpos y los cerebros que
están a su merced.
Se espantan los detractores de
las Vendimia cuando ven esas guardias petrorianas frente al palco, donde
el mandamás de turno comparte con su corte de aduladores sus pareceres
también de turno; se escandalizan cuando ven cómo se justifican las
cruzadas, en las que patoteros, ludópatas y "la gente" muelan a palos a
gremialistas protestando por despidos. Claro que estos sindicalistas en
realidad están en contramano dentro de las alegorías del esplendor de
los felices días feudales.
Es cierto, atrasa, es
retrógrada, reaccionaria, pero ya está todo armado para que la historia
se repita con todas sus obscenidades y despropósitos el año próximo.
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