jueves, 10 de marzo de 2016

Tanta retórica monárquica y aristócrata, tanta pleitesía conservadora

Diario UNO de Mendoza (página 14) 9 de marzo de 2016

Sí, también están los que insisten en que atrasa, que es retrógrada, y argumentan que de tradición no tiene nada, que se trata de la máxima expresión provinciana del infoespectáculo, e insisten en la idea de que el Estado y su religión arrebataron un festejo pagano para cargarlo de simbolismos que están lejos del laico y secular desahogo de fin de cosecha de los verdaderos trabajadores de la tierra, los que desde hace 80 años pasaron a ocupar sólo un lugar romántico dentro del relato.
Insisten esos y esas en mostrar un constante vocabulario de estigmatización, discriminación, de ingnoracias y contradicciones. Son los mimos que consideran que la Fiesta de la Vendimia es un oneroso concurso de belleza que sigue cosificando a las mujeres.
A estos, los críticos y disconformes, les cuesta ser "políticamente correctos" o por lo menos, manejarse con sutilezas y se les nota, por ejemplo cuando afirman que la fiesta, el calendario y todo lo que rodea a la Vendimia es idiotizante.
Para algunos tanta majestad, tanta realeza, tanta solemnidad, tanta capa y corona, tanta soberana, tantos grotescos ademanes rococó, tantos zares encubiertos y tantos bufones camaleónicos les incitan un llamado republicano, les parece que la revolución independentista de hace dos siglos sólo sirvió para algún cuadro del guión del Acto Central, de esos que en los que por ejemplo un caballote blanco y un "libertador" se pasean en la esquizofrenia del sinsentido, aturdidos de tantas frases hechas y lugares comunes.
Claro, a esos mismos, los de pensamientos inconformistas, les encantaría que la espada libertadora se vuelva a levantar contra tanta retórica monárquica y aristócrata, contra la pleitesía conservadora.
La Vendimia crece en años y se atornilla, se establece con sus "fiestas", sus libretos, sus locutores y sus animadores. Cuenta con un lenguaje propio, con adjetivos que adjetivan adjetivos. La octogenaria Vendimia es poderosa, es quizás uno de los rasgos más fuertes de la mendocinidad. Tiene sus reality dentro del reality constante que envuelve a todos por estas tierras, más allá de que algunos –de los que hablamos– intenten resistirse a no arrodillarse al sentido común de las charlas, las imágenes, los prejuicios y las retrógradas simbólicas de sus rutinas como esas en las que el pueblo en las calles estira los brazos para alcanzar una fruta, mientras la aristocracia desayuna y luego almuerza digitando los precios de las frutas, de los cuerpos y los cerebros que están a su merced.
Se espantan los detractores de las Vendimia cuando ven esas guardias petrorianas frente al palco, donde el mandamás de turno comparte con su corte de aduladores sus pareceres también de turno; se escandalizan cuando ven cómo se justifican las cruzadas, en las que patoteros, ludópatas y "la gente" muelan a palos a gremialistas protestando por despidos. Claro que estos sindicalistas en realidad están en contramano dentro de las alegorías del esplendor de los felices días feudales.
Es cierto, atrasa, es retrógrada, reaccionaria, pero ya está todo armado para que la historia se repita con todas sus obscenidades y despropósitos el año próximo.

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