Suplemento Ovación (página 2),
Diario UNO de Mendoza, 11 de julio de 2005
El tema de seguridad sigue siendo el eje central de discusión en el ambiente del fútbol local. Lejos de una
solución y más lejos de una interpretación cultural y de fondo, los discursos se han relajado en chicanas, prejuicios y acusaciones entre quienes la padecen.
Se les exige a los dirigentes y a la Liga que hagan de policías, cuando no es la función de éstos, a la vez deben pagar al Ministerio de Seguridad, por policías, por seguridad, cuando en realidad se trata de espectáculos públicos organizados por sociedades civiles sin fines de lucro. Y qué reciben los clubes: violencia, traducida en gastos, represión y nada de prevención.
El éxodo de dirigentes y el deterioro de las instituciones a nivel humano y de infraestructuras son consecuencia en gran parte de las crisis económicas que viven éstos.
Están encerrados en un círculo perverso donde la meta está tras un sinfín de torneos, cada vez más largos y menos representativos, de planillas costosas, de gastos fuera de contexto que terminan enriqueciendo a las Ligas, al Consejo Federal y la AFA. Cuesta entender, como ejemplo, que hasta en las divisiones formativas en clubes de barrios periféricos deban pagar por árbitros semiprofesionalizados, o también creer que llegue una solución de esos intermediarios cuando el único objetivo de éstos es el tráfico de piernas (mercadeo de personas, trata de niños).
La violencia también es institucional, y se manifiesta en no entender, en no colaborar y en las exigencias de un ministerio que cobra por reprimir y en políticas deportivas que ignoran la contención social.
Lo más triste es creer que todo lo que está pasando es un fenómeno nuevo, cuando es algo repetido y acentuado. Si proyectamos, nos encontramos con un futuro cada vez más oscuro.
Por ahora, la Liga atinó con censura y proscripción. ¿Cerrar las canchas y considerar a todo espectador un
delincuente es la salida?
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