lunes, 28 de abril de 2008

El show, el frío bronce y las banalidades

Suplemento Ovación (página 2),
Diario UNO de Mendoza, 28 de abril de 2008


Don José de San Martín no es un pedazo de bronce o de piedra, y Marcos Di Palma ya no es Marquitos y ni siquiera un gran piloto. Obsoletos y caretas conservadores no entienden a vacíos íconos del mercantilizado show de los que se montan sobre caballos de fuerza con ruedas.
Abrazarse a una estatua no es abrazarse a la historia, o defenderla o quererla cambiar; defender a una estatua tampoco es defender los ideales que ésta representa.
La efigie es fría, no lo es el escultor. La figura sólo figura una idea de la idea que se hace de ideales de una
persona y les da una forma; es como interpretar que 157 años después de su muerte, don José miraría de reojo con algo de asombro y también de desaliento a un eterno adolescente que simboliza décadas de
individualismo y narcisismo, pero también miraría con gran tristeza a los que durante más de un siglo lo
pregonan en diferentes retóricas traicionando, ocultando o disimulando su gesta contra el
imperio, la dominación y las injusticias.
A Di Palma se lo multó por hacer lo que hacen decenas de personas a diario. De última, y si le damos otra
mirada (políticamente incorrecta), lo que hizo este muchacho de Arrecifes sólo fue abrazarse a un símbolo.
Por otro lado, muy distinto (y profundo) por cierto, vemos cómo también se castiga a quienes quieren hacer notar durante el recorrido de la antorcha olímpica las décadas de tiranía política –y en los últimos años económica– en China: censura, persecución, arbitrariedades, exilios, fusilamientos y tantas otras brutalidades. Aunque un merecido boicot parece imposible ante los billones de dólares que significa la
industria de ropa deportiva, publicidad y televisación.
El deporte es cultura, es negocio, es un show donde se construyen (construimos) héroes para poder seguir vendiendo, y esos héroes verdaderos que construyeron peleando por otra (una nueva) cultura, vida, historia, mundo, sólo lo valoramos como un frío bronce, una piedra, que tiene más valor que sus ideales.

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