Diario UNO de Mendoza, 25 de enero de 2012
El contenido está cada vez más aislado, desvirtuado.
Lo importante es sólo un diseño de superficie
Cubriendo el envase y más allá del contenido, está la etiqueta. La etiqueta sobre todo, sobre el todo.
Un grupo de bodegas son investigadas por falsificar sus vinos, los que siguen siendo vinos pero no son lo que dice la etiqueta, todo esto más allá de que el consumidor está seguro de haber consumido la etiqueta y sólo se lo terminará desmintiendo una planilla contable tras una resolución en un despacho judicial.
El paladar no es nada, está perdido sin la etiqueta que lleva el gusto en sus formas, sus diseños, su tipografía y, obviamente, su precio.
Necesitamos rotularnos, queremos escapar de ser un blend y menos una mezcla sin proporciones definidas, sin una mayúscula delante de la denominación. Nada mejor que llevar un mote bien varietal.
La etiqueta, o rótulo, o tag (en el mundo 2.0) no sólo es una identificación, un código, una convención, son también expectativas de comportamiento social, de conductas, de decoro. Son las maneras para integrarse, para pertenecer a un exhibidor, para aumentar la cotización. Termina siendo el valor agregado mucho más valioso que su sustento.