Diario UNO de Mendoza, 25 de enero de 2012
El contenido está cada vez más aislado, desvirtuado.
Lo importante es sólo un diseño de superficie
Cubriendo el envase y más allá del contenido, está la etiqueta. La etiqueta sobre todo, sobre el todo.
Un grupo de bodegas son investigadas por falsificar sus vinos, los que siguen siendo vinos pero no son lo que dice la etiqueta, todo esto más allá de que el consumidor está seguro de haber consumido la etiqueta y sólo se lo terminará desmintiendo una planilla contable tras una resolución en un despacho judicial.
El paladar no es nada, está perdido sin la etiqueta que lleva el gusto en sus formas, sus diseños, su tipografía y, obviamente, su precio.
Necesitamos rotularnos, queremos escapar de ser un blend y menos una mezcla sin proporciones definidas, sin una mayúscula delante de la denominación. Nada mejor que llevar un mote bien varietal.
La etiqueta, o rótulo, o tag (en el mundo 2.0) no sólo es una identificación, un código, una convención, son también expectativas de comportamiento social, de conductas, de decoro. Son las maneras para integrarse, para pertenecer a un exhibidor, para aumentar la cotización. Termina siendo el valor agregado mucho más valioso que su sustento.
A Julio Cobos, por sus modales, lo podríamos etiquetar como mendocino tipo. El ex vicepresidente, hace unos días en un supermercado de la V Región chilena, precisamente en Reñaca, comparaba etiquetas uscando buenos precios para un changuito de bebé mientras les comentaba a los periodistas: “Acá está todo más barato”. A priori, tras sus palabras, se lo podría etiquetar desde un simplismo macroeconómico como alguien que está en contra del modelo de sustitución de importaciones en la Argentina y prefiere el “no positivo” modelo agroexportador. También hay quienes se animan a considerar a quienes traen mercadería de Chile sin pagar impuestos en la aduana como contrabandistas hormiga (lo cual sería impensable colocar en este rótulo al correcto ex gobernador).
A la hora de etiquetarse, Alfredo Cornejo se grabó en el pecho “opositor”. ¿De quién, de qué? Sus masivos votantes no pueden rotular dos o tres ideas para sostener su etiqueta, más allá de que lo reconozcan por su buena administración de servicios públicos.
Y ahí va Paco, el gobernador, quien se arranca las etiquetas recientes de hombre de Jaque, duro y malhumorado, del arrastre de votos cristinistas, y se cuelga con furioso disimulo las de líder de consensos y reformas.
Con rótulos nacionalistas y con la etiqueta de la soberanía, desde la Nación retoman el tema de las islas Malvinas, buscan expulsar de los puertos de la región a los buques de bandera inglesa, aunque no se preguntan ni se preocupan de las petroleras que les abastecen su andar, que bien podrían ser las que extraen el crudo (entre otros minerales) en la Argentina, también de bandera inglesa.
Pero habas se cuecen en todos lados y sobre todo en España (acompañadas con buen jamón de bellota). Copiaron la etiqueta estadounidense de “defensores de la democracia y la libertad” y se unieron en la cruzada de mandar soldados, tanques y aviones al Tercer Mundo. Eso sí, tienen sentado en el banquillo de los acusados a uno de sus jueces (Baltasar Garzón) por querer investigar, en su propio país, crímenes de lesa humanidad: el genocidio cometido por el dictador Franco.
Volviendo a los vinos, o sea retomando el principio y lo menos importante, podemos etiquetar a un ciudadano decoroso y buen catador por la copa que usa, por cómo le clava dentro la nariz, por el vocabulario a la hora de definir la acidez, la textura, los colores, la temperatura y los aromas. Eso sí, al parecer varios asintieron con voz segura, soberbia y complaciente las características que rezaba la
etiqueta, la que, según avanza un expediente de la Justicia y del INV, varias bodegas locales mintieron.
La molienda no tuvo reparos, la rentabilidad tampoco, siempre está ese algo donde envasar que, sobre todo, regalará una superficie para etiquetar y colgar un rótulo.
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