El hogar comedor Brazos Abiertos sacó a la luz la Mendoza que se busca
ocultar, la del hambre y el frío
Vemos, mostramos. Nos impactamos, sensibilizamos,
indignamos. Fueron el incendio, las donaciones, el saqueo y el constante e
imprescindible trabajo social de Nidia Soto y su equipo al frente del comedor
Brazos Abiertos.
En la Mendoza
que recibió la Cumbre
del Mercosur, la que se jacta de “ciudad maravillosa”, esta tan conservadora y
cosmopolita urbe, hay algo que también la simboliza y en donde se concentran
tantas realidades, que algunas terminan tapando las de fondo. Mendoza es
también, y sobre todo, el lasherino comedor (el hogar, fundación, ONG) Brazos
Abiertos, que no es el único en la zona, en la provincia, en el país, en ese
que busca mostrarse como ajeno a la realidad del mundo y se enajena de su
fáctica coyuntura, de su más próximo pasado.
Mendoza es hambre, niños y niñas en situación de calle. Solos. Es el frío más allá del clima. Es desempleo, adultos sin nada para el almuerzo y con un desayuno ausente.
Es una ciudad de adolescentes atrapados en la noche. Laberintos de márgenes, de olvidos, de horizontes talados. Desesperados, entregados en el ayer, el ahora, eso es también Mendoza, y frente a ello existen las Nidias Soto que buscan un mundo más justo, ponen el tiempo, el cuerpo, la vida para crear y sostener esos comedores Brazos Abiertos y los lazos de solidaridad.
Ese comedor y hogar comunitario una noche se incendió y cuando se lo intentaba
reconstruir, después recibir la colaboración de muchos mendocinos, fue
saqueado. Cuántos adjetivos les valdrán a los que irrumpieron para robar un
poco de comida, unas zapatillas y algunos utensilios. Pero eso no deja de
sintetizar la victoria de décadas de disolución social, de degradación humana,
de aniquilación de conciencia, de valor, de utopías, de formas de organización
barrial, social, comunitaria. Un triunfo de la antropofagia, del individualismo
extremo.Mendoza es hambre, niños y niñas en situación de calle. Solos. Es el frío más allá del clima. Es desempleo, adultos sin nada para el almuerzo y con un desayuno ausente.
Es una ciudad de adolescentes atrapados en la noche. Laberintos de márgenes, de olvidos, de horizontes talados. Desesperados, entregados en el ayer, el ahora, eso es también Mendoza, y frente a ello existen las Nidias Soto que buscan un mundo más justo, ponen el tiempo, el cuerpo, la vida para crear y sostener esos comedores Brazos Abiertos y los lazos de solidaridad.
El voraz incendio en la casita de la calle Martín Güemes, en el distrito Panquehua, sacó a la luz eso tan bien disimulado en las orillas, las camitas ardidas por el fuego, niños con frío abrazando sus rodillas sentados en la vereda, una gran olla, tiznada y sin poder llenar. Y allí apareció el Estado en su versión más perversa e hipócrita, con sus funcionarios sacando pecho al estilo superhéroes.
El Ejecutivo provincial y el municipal anunciaron una “donación” para volver a construir el hogar comunitario que lidera Nidia. (A todo esto, donación demorada por la misma burocracia del Estado.) Increíbles descaro y anacronismo: un Estado que hace beneficencia y no sólo no se sonroja, sino que pone su costoso arsenal propagandístico para mostrar lo caritativos que son. Sarcasmo efectivo, populista, y una forma para que el caso quede como único y aislado.
Dice George Sand que “la caridad degrada a aquellos que la reciben”, y si la caridad llega de manos del Estado, todo derecho queda degrado, sepultado. Es alimento para el servilismo, el caciquismo.
El Estado debería, en vez de hacer caridad y donaciones, hacerse cargo de las estructuras de contención social, debería pedir disculpas porque tantas Nidias Soto tengan que abrir comedores. Es más, estos políticos carentes de vergüenza tendrían que reconocer que son sus acciones políticas y administrativas las que llevan o sostienen una sociedad estructurada a partir del hambre y el desamparo.
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