miércoles, 4 de julio de 2012

Perversa inmediatez del periodismo

Diario UNO de Mendoza (página 12), 4 de julio de 2012
Juan Alberto Badía murió el viernes a la madrugada, 
pero los medios lo “mataron” unas horas antes
Inmediatez, reflejo, propagación y mentira. Se recrea una realidad, sus repercusiones, se les da forma al dolor, a la agonía, a los testimonios, al archivo, se arma el luto. Un rumor lo borra todo para propagar y establecer una nueva realidad y reflejar otra inmediatez. Perverso, cruel, constante, redituable, pornográfico. No sólo se trata de discursos, propaganda y consignas, o de intereses, sino también del desprecio por la vida, de jugar con ella, de no respetar a quien pelea por sostenerla, de la liviandad frente a los sentimientos de los que lo acompañan a ese ser, a ese sujeto.

Si los diarios papel están condenados al archivo, los medios on line están entregados a la esquizofrenia de la primicia, donde si el ahora no es noticiable, se lo fuerza, a cualquier precio, para que lo sea. Las necesidades, con sus respectivas rutinas de trabajo, del periodismo se llevan puesto cualquier escrúpulo.
Se trataba de un referente de los medios de comunicación, de una persona admirada, y como él lo definía (y extraño en el gremio) con muchos amigos y sin enemigos. Se trataba de esa personalidades a la que ni el más despiadado hubiera querido pasarlo por la trituradora de la des-información, pero lo hicieron: Juan Alberto Badía murió dos veces.
El jueves a la noche los principales diarios nacionales (en su versión on line) comunicaron la triste noticia, lo que rápidamente se reflejó en las placas de los canales de televisión, y esta vez no fue en el que se descalifica como “amarillo”, sino en esos que disimulan el sensacionalismo al hablarle a un público de “gente como uno”. La falsa muerte de Badía llegó a los medios de todo el país a través de las agencias de noticias (las privadas y la pública), esas que teóricamente respetan la deontología y ética del periodismo en la que por lo menos se chequea la información. La falsa muerte de Badía se apoderó de Twitter, con sus hashtags, y de otras redes sociales. De la placa los canales de cable pasaron a las imágenes de recuerdo, al testimonio en vivo y vía telefónica de sus amigos y conocidos, quienes “lloraban” al muerto que aún peleaba por seguir vivo.
Perversa inmediatez on line. El querido conductor aún se aferraba a la existencia y ya varios publicaban la necrológica. La enciclopedia virtual (Wikipedia) también inmediata adelantaba un día el deceso de Badía. Fue un poco más de dos horas de des-información, de mentira, de perversión. En los primeros minutos del viernes el conductor falleció y no confirmó lo que se publicó antes sino todo lo contrario, y por más que se borre y se prefiera disimular quedó en claro lo impreciso, voraz, pérfido del periodismo. Nadie se hizo cargo de los costos de la tamaña irresponsabilidad de haber “ficcionado” una muerte.
No sólo la sumisión a la inmediatez ataca a un periodismo cada vez menos autorreflexivo, sino también el cómodo y económico discurso único. Vale recordar el caso, a nivel mundial, que alertó sobre las armas de destrucción masiva (que nunca encontraron) en Irak, y que sirvió luego para el bombardeo e invasión a ese país, con el show mediático incluido que terminó con la ejecución de Sadam Hussein. Y ni hablar de la guerra de relatos entre medios oficialistas y opositores a nivel nacional, donde se apropian –y transforman– los hechos nimios o de las minorías para llevarlos como aguas a un molino prestado o condenarlos a una generalidad a la que no pertenecen.



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