Juan Alberto Badía murió el viernes a la madrugada,
pero los
medios lo “mataron” unas horas antes
Inmediatez, reflejo, propagación y mentira. Se recrea una
realidad, sus repercusiones, se les da forma al dolor, a la agonía, a los
testimonios, al archivo, se arma el luto. Un rumor lo borra todo para propagar
y establecer una nueva realidad y reflejar otra inmediatez. Perverso, cruel,
constante, redituable, pornográfico. No sólo se trata de discursos, propaganda
y consignas, o de intereses, sino también del desprecio por la vida, de jugar
con ella, de no respetar a quien pelea por sostenerla, de la liviandad frente a
los sentimientos de los que lo acompañan a ese ser, a ese sujeto.
Si los diarios papel están condenados al archivo, los medios on line están entregados a la esquizofrenia de la primicia, donde si el ahora no es noticiable, se lo fuerza, a cualquier precio, para que lo sea. Las necesidades, con sus respectivas rutinas de trabajo, del periodismo se llevan puesto cualquier escrúpulo.
Se trataba de un referente de los medios de comunicación, de
una persona admirada, y como él lo definía (y extraño en el gremio) con muchos
amigos y sin enemigos. Se trataba de esa personalidades a la que ni el más
despiadado hubiera querido pasarlo por la trituradora de la des-información,
pero lo hicieron: Juan Alberto Badía murió dos veces.
El jueves a la noche los principales diarios nacionales (en
su versión on line) comunicaron la triste noticia, lo que rápidamente se
reflejó en las placas de los canales de televisión, y esta vez no fue en el que
se descalifica como “amarillo”, sino en esos que disimulan el sensacionalismo
al hablarle a un público de “gente como uno”. La falsa muerte de Badía llegó a
los medios de todo el país a través de las agencias de noticias (las privadas y
la pública), esas que teóricamente respetan la deontología y ética del
periodismo en la que por lo menos se chequea la información. La falsa muerte de
Badía se apoderó de Twitter, con sus hashtags, y de otras redes sociales. De la
placa los canales de cable pasaron a las imágenes de recuerdo, al testimonio en
vivo y vía telefónica de sus amigos y conocidos, quienes “lloraban” al muerto
que aún peleaba por seguir vivo.
No sólo la sumisión a la inmediatez ataca a un periodismo
cada vez menos autorreflexivo, sino también el cómodo y económico discurso
único. Vale recordar el caso, a nivel mundial, que alertó sobre las armas de
destrucción masiva (que nunca encontraron) en Irak, y que sirvió luego para el
bombardeo e invasión a ese país, con el show mediático incluido que terminó con
la ejecución de Sadam Hussein. Y ni hablar de la guerra de relatos entre medios
oficialistas y opositores a nivel nacional, donde se apropian –y transforman–
los hechos nimios o de las minorías para llevarlos como aguas a un molino
prestado o condenarlos a una generalidad a la que no pertenecen.
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