Diario UNO de Mendoza (página 10), 14 de noviembre de 2012
Las marchas caceroleras ponen a un sector de la oposición en
un limbo sin ideas ni referentes

El segundo cacerolazo, que sumó más y nuevos caceroleros, comenzó a dejar en limpio que amplitud –y contradicción– de consignas, pedidos y reclamos, así como de sectores sociales y concepciones ideológicas. Todo esto termina dejando a la oposición (política, empresaria y religiosa) –o sea, las corporaciones lobbistas– con deseos de ampliar su porción de poder “republicano” en un limbo difícil de remediar a corto plazo.
Así fue que marcharon juntos quienes pedían “más libertad”
con los añorantes golpistas, los que reivindicaban el neoliberalismo (libertad
de precios, cambiaria y de comercio) y criticaban la intervención del Estado en
la economía con los que exigían “medidas fuertes” para que el Gobierno controle
la inflación o que se pongan topes al valor de góndola de algunas mercaderías o
de algunos servicios. Estaban los que repudiaban los planes sociales y las
asignaciones, junto a los que han hecho de esto una industria y capital
político desde hace 20 años. También estuvieron los viejos socios políticos de
este gobierno, los sindicalistas oportunistas y los otros implicados en causas
legales que, obviamente, nunca tendrán una resolución.
De todas formas, más allá de los ideólogos y patrocinadores,
cientos de miles de argentinos mostraron su rechazo, su descontento, su odio al
oficialismo (o a lo que éste representa social e históricamente), como otros
cientos de miles tampoco oficialistas decidieron no acompañar la metodología
cacerolera, tan parecida a la que precedió el derrocamiento de Salvador Allende
por parte del genocida Augusto Pinochet en Chile.
Desmembrada, desfigurada, transmutada, la oposición se queda
sin referentes ni figuras públicas para promover y lograr captar a ese espacio
de la población que tomó las calles. Opositores que, más allá de sus
estructuras, con sus ideas, currículums y prontuarios, más que adhesión, logran
rechazos (parciales o generales) y así el oficialismo, mientras apuntala el
“partido único”, logra llevar la discusión fuera del plano partidario y
electoral para enfocar como interlocutor a núcleos empresarios (sobre todo el
que controla al Grupo Clarín) como antagonista de su proyecto o relato.
Las redes sociales como motor organizativo buscan ser el
nuevo salvoconducto para el anonimato de los que ven un rédito en alentar
consignas antidemocráticas o que reivindiquen las medidas económicas de los
’90, a lo que le suman temas coyunturales que rozan, preocupan y perjudican a
sectores más masivos. Así, no tienen problemas en aunar esfuerzos aunque luego
no sepan qué hacer con el supuesto rédito que les dejó ese 8N o aquel 13S.
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