miércoles, 31 de octubre de 2012

El shopping político y el camaleón

Diario UNO de Mendoza (página 10), 31 de octubre de 2012
Tres centros copan en Mendoza esta industria de la ilusión, del ocultamiento, de la reproducción
El Centenario, el Movimiento y el Provincial:  así se podrían llamar los tres shoppings que rigen el consumo político de los mendocinos. Mucha promoción, ofertas y marcas. Poco importa el producto que venden y menos aún el proceso o el material con que lo constituyen. La carencia, el trasvase, la confluencia o confusión de ideas les entrega toda su propaganda a la publicidad, al relato, al discurso, al slogan: al spot.
Saben hacer de lo nimio un todo para que trascienda la nada en la chatura del tiempo. Marketing con el que sostienen y comparten esta industria de la ilusión, del ocultamiento, de la reproducción. Estos tres grandes centros concentradores de las decisiones políticas-económicas cuentan con financistas, franquicias (nacionales e internacionales) y comodatos.
Una de las características es que las firmas (o sectores de intereses) se repiten con sucursales en cada uno de estos establecimientos, enmascarados en alguna línea interna o algún “disidente”. Así se aseguran que el consumidor no tenga que trasladarse muy lejos de su no-lugar para llevarse lo que de todos modos se iba a llevar, lo ya que se estaba llevando, lo que tenían asignado. Donde los legisladores o funcionarios, o mejor dicho vendedores, se esconden detrás de alguna falsa etiqueta, en su “libertad de conciencia” para evitar cualquier compromiso programático y puedan acordar el precio y el stock, y por qué no autocolgarse el cuadrito como empleado del mes, ya que conocen de combos y cajitas.

Es así, por ejemplo, que si uno de esos shoppings no logra vender un Ferrotranvía y el otro sí, uno años después –con el nombre de Metrotranvía– el primero le construye una bicisenda arriba. Si el primero lanza un estadio, el segundo hace un centro cultural. Podría haber sido viceversa.
Las carencias le dan cabida a cualquier idea y los ladrillos (con sus contratos) de parabienes. Cuenta con consumidores cautivos y hay para todos los gustos. Están los cines y la película poco importa, lo que deja la tutuca es el pororó. En algunos de estos centros comerciales de la política tienen un negocio que vende minería (con leyes y emprendimientos) y en el de al lado, otro que la combate o, por lo menos, se le sigue la corriente a los votantes, de última y a la larga, si el negocio no se concreta, por lo menos, se vende bien al gerenciador, el que tiene en su placard un ambo, un esmoquin, un mameluco y una camisa bien hippie .
Se trata de instituciones que cotizan, se cotizan en la Bolsa cada dos años y se reparten las acciones del Estado. No sólo se repiten y se copian, sino que el que está en boga, encumbrado, controla el ente administrador llamado Gobierno y no titubea en colocar algunos gerentes de la competencia para asegurarse algunos favores, olvidos o votos. De última la reciprocidad volverá si hace falta. Son pocos y se conocen, se necesitan y se cuidan.
Las salidas de escape de la corporación no tienen escrúpulos. Más allá de sus destrezas camaleónicas y versátiles para los cambios en el tiempo responden, todos estos, y cíclicamente a un juego de dejar que las cosas se transformen al ritmo de sus necesidades, sin la necesidad de cambiar el trasfondo. Así unos plantean reformas para que los reformistas las nieguen y otros, los que más de una vez trasladaron su shopping a un cuartel, juegan la tradición mientras globalizan el búnker para nada conservador y provinciano.

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