Los sublevados de las fuerzas de seguridad violan la ley
castrense
y jaquean las libertades
Estrujan la historia manchada de sangre. Son muchos menos
que los fantasmas que generan, pero cuentan con el número y la osadía para
salir de los cuarteles, de sus tareas, y tomar espacios públicos. Lo que lleva
el uniforme de un reclamo salarial está cargado de una poco sutil amenaza y
fuertemente armado de un pasado reciente-presente insalvable.
Desde hace más de una semana, las “fuerzas de seguridad”
–sobre todo Prefectura y Gendarmería– realizan un motín en formato de piquete o
cacerolazo, según el punto del país y la estrategia para ganar visibilidad, y
jugar con los límites con los que desafían a las instituciones democráticas.
Un “error” en las liquidaciones de sueldo –donde se investiga si existió mala intención, malversación o inoperancia por parte de los superiores de estos organismos– fue “salvado” con celeridad por el Ejecutivo Nacional para descomprimir el conflicto, pero, envalentonados, los uniformados siguieron con su acción de protesta y fueron agregando puntos a sus petitorios de reclamo sindical.
Un clima enrarecido, donde ponerle palabras a la situación
era tan riesgoso como tomar medidas, produjo silencios y temores por un lado,
mientras que por otro se les montó un show con el desfile de voceros y hasta la
presencia de ex carapintadas ametrallando con consignas contradictorias, donde
el único objetivo era alentar y capitalizar la situación. Y más de uno de estos
ex golpistas llamaban al resto de los sectores militares a sumarse a la
protesta o agregaban nuevos “ítems” al documento que buscaba justificar el
peligroso episodio.
Los sublevados, quienes sabían que violaban la codificación castrense –o sea,
la ley–, encontraron eco en históricos aliados de revueltas militares
antidemocráticas, quienes investidos en “analistas políticos” de horario
central en
Por estos días, estos grupos esgrimen mucho más que un
reclamo salarial (que, obviamente, puede ser justo): se apoderaron del espacio,
las formas y los tiempos que no les son propios en un estado de derecho,
arrogándose el privilegio de ser los portadores de las armas (por más que no
las portaran en los reclamos, las poseen) y ser los integrantes de las
estructuras que administran el armamento y la logística de seguridad.
Dicen que no hablan de “golpe” ni de desestabilización. Pero
es un fantasma tácito con el que extorsionan, manipulan y jaquean. Perverso y
peligroso, ya que la conspiración, el alzamiento y el atropello están
encostrados en los pasillos de sus cuarteles, esos mismos donde los
“superiores” están investigados, donde los retirados amenazan y donde cuentan
con los dinosaurios del análisis para generar el clima que los envalentone y
empuje.
Está claro que al reclamo de unos pocos se sumaron –por
dentro y por fuera– los que buscan enrarecer el clima político, debilitar o
amenazar a un gobierno con el fantasma de las armas, de las fuerzas armadas,
con el golpe. En última instancia, el daño no será hacia la Presidenta o el
kirchnerismo, sino a hacia una pequeña y gran parte de esa gran conquista que
han sido las libertades que posibilitan el funcionamiento del orden democrático
republicano.
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