Diario UNO de Mendoza (página 10), 16 de enero de 2012
Es el cómodo e hipócrita lugar desde donde se cataloga, se
juzga y se estandariza
La mirilla es el lugar desde donde se cataloga, se juzga y
se estandariza. Desde donde se aprecia al mundo, como si quien sostuviera la
sesgada mirada no fuera parte del mismo, de lo mismo.
Y tras esos vistazos, el prejuicio, el desprecio y el miedo
se desparraman en el burbujeo hipócrita de la narración cotidiana donde el
otro, siempre culpable, es el detonante que arrastra un sinfín de calificativos
y argumentos con los que sólo reproducen las miserias con las que recrean y
refuerzan un mundo miserable.
Tras un apagón generalizado, un funcionario comentó, seguro
y convencido: “Y qué querés, si ya en cualquier barrio tienen aire
acondicionado”. La frase, según la época y el lugar, se puede adaptar a
cualquier electrodoméstico. Lástima que quien lo dijo se rasga la vestiduras (y
lucra) como representante del campo nacional y popular. ¿Contradicción? Jamás,
si luego encontrará su justificación al entregarse en su mundo de mirillas
electrónicas tras el muro, en su barrio amurallado que lo separa de esos que
osan poseer bienes de consumo que el sentido común tiene reservado para unos
pocos.
En
El trabajo infantil es un ataque a los derechos humanos, a
las leyes laborales e impositivas, pero los argumentos de los explotadores
(varios legisladores que tienen su “finquita” lo utilizan) es siempre el mismo:
“Se trata de una cuestión cultural”, “los chicos aprenden un oficio”, “es la
única forma de sostener la producción”, “es mejor eso a que reciban un plan
social” o algunos más burdos, grotescos y sobre todo xenofóbicos en los que la
procedencia de los niños o de los padres ya es un argumento valedero para
justificar que se sigan sosteniendo relaciones feudales o de esclavitud en las
zonas rurales, sobre todo, y fabriles de la provincia.
Es como el que arrasa (se roba) todo lo que puede –hasta
nimiedades– de sus compañeros de trabajo, en una oficina o en una escuela, y
luego pide la pena de muerte para los delincuentes. Hipócritas adoctrinados y
regulados por la lógica de la mirilla desde donde se ve lo que hay que ver para
luego decir lo que hay que decir.
Por estos días, en que las vacaciones en el Pacífico están
señaladas con marcador en muchos calendarios, el contrabando hormiga no cesa.
La idea es esconder, coimear o esperar a tener suerte para pasar todo lo que se
pueda desde Chile sin pagar los impuestos del caso. Luego esos mismos son lo
que se regodean con su “avivada” y de paso terminan apoyando desalojos de
vendedores ambulantes o artesanos.
La mirilla no solo estimula desconfianza o reafirma el
límite y la distancia, sobre todo distorsiona y recorta. La mirilla ya tiene
predeterminada la imagen que será vista, con nombre y subtítulos.
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