miércoles, 13 de febrero de 2013

Máxima, monarquía y realeza siglo XXI

Miércoles 6 de febrero de 2012, Diario UNO de Mendoza (pag. 10)
Un cuentito de “princesas” en un mundo que todavía no elimina parásitos medievales
Una historia, una noticia y un cuento son también un placebo que se reparte en la urbe. El medioevo en los modernos formatos del infoentretenimiento nos regala (nos impone) la doctrina de la realeza y la monarquía.
“Argentina tendrá su reina”, “El dorado camino de plebeya a reina”, “La princesa Máxima Zorreguieta será la nueva reina de Holanda” y así taladran miles de títulos y refuerzan la novelita de la chica de un país del sur de un subcontinente subdesarrollado que llegó a princesa con “estilo y glamour”.
La dilatada estupidez rococó sigue siendo una eficaz arma contra las conquistas de nuestros estados que fueron capaces, hace dos siglos, de lograr liberarse de las monarquías y de haberlas abolido (junto a los títulos de nobleza) dentro de la organización republicana.
La monarquía es una forma de Estado, donde el rey (o la reina, según las circunstancias) es un cargo supremo estrictamente unipersonal, vitalicio y designado por un orden hereditario. Estos milenarios parásitos aún conviven con los órdenes constitucionales que regularon su supervivencia como símbolo de la “unidad nacional” (con la moral y las buenas costumbres anexadas).
Fueron los parlamentos los que tomaron la posta de extenderles a estas familias la categoría de “divinidad” que antes les otorgaba la iglesia dominante en sus territorios, con quienes compartían el legado del espíritu santo. Estos países monárquicos han contado con mayor facilidad a la hora de proteger simbólica y fácticamente los intereses más conservadores, en algunos casos contando con el rol de la jefatura del Estado.
Las monarquías se fortalecieron extendiendo la esclavitud, el feudalismo. Fueron quienes lideraron genocidios, ocupaciones y exterminios, quienes persiguieron a la ciencia como a los pensamientos y saberes seculares y populares. Ante los avances republicanos, las monarquías se alinearon con las tiranías y los dictadores, con quienes levantaron los millonarios negociados que traspasan las fronteras de los muros de sus castillos.
Detrás de la idea de la plebeya convertida en princesa, del rey y del reino está la supervivencia de la idea de dominación, privilegio, explotación, del patriarcado y la opresión.
Y así, llegarán la señal internacional de televisión y los enviados especiales para registrar cada uno de los detalles del acto donde Guillermo tomará la sucesión de la Casa de Orange y una argentina –con los buenos modales aprendidos en los pasillos de la oligarquía sudamericana y con un papá investigado por su proximidad con criminales de lesa humanidad– se convertirá en reina de Holanda. Y, así como el cuentito y el guión televisivo lo exigen, estarán rodeados de la sangre azul europea para recibir los sentidos aplausos y lágrimas de los plebeyos, del pueblo que alimenta con su trabajo y sus impuestos la malversación, el despilfarro y el lujo de una porción de la “realeza” europea.
Así, la familia con linaje divino seguirá con la impunidad para acrecentar la fortuna de más de 1.000 millones de euros, mientras todo se tiñe de cuento de princesas y príncipes.
Entonces, la estupidez como sentido común, detrás del “glamour” y de las manifestaciones más retrógradas, con cuento de princesa incluido, tapará todas la reivindicaciones republicanas de derechos y libertades para alimentar la máxima expresión parasitaria que son la monarquías que aún perduran.

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