lunes, 23 de septiembre de 2013

Ser ricotero más allá de la ricota

Diario UNO de Mendoza (página 10), 18 de setiembre de 2013 
Son una forma de comunicación, de socialización. Son la solidaridad y la resistencia
No les importó que los movieran del cómodo estadio a un hipódromo, y tampoco –luego– al lejano y polvoriento autódromo. Y sobre todo les fue indiferente la rosca política que se movía por la ubicación y la localía del espectáculo, antes de la PASO; se saben mucho más importantes que un voto, y mil veces más interesantes que las estigmatizaciones con que los marcan.
Pagaron una cara entrada y no se quejaron por el precio. No les afectó el barro, la lluvia, el que el viento les llevara el sonido o que al cantante se le congelara la lengua.
Vieron un palco que nada tenía que ver con su filosofía, y la filosofía les fue más importante que el palco y sobre todo quienes lo ocupaban.
Son los ricoteros, son cientos de miles; son pibes y pibas jóvenes que rondan entre los 15 y los 60 años (y varios más también); los que además de tener en común la edad son de barrio, algunos son de aquellos donde todavía no llegan los servicios esenciales, y otros de esos cerrados.

Son ricoteros, son “de los Redó”, se dicen, y se reconocen por tener en común eso, un gusto al que convierten en símbolo, en trinchera, a lo que le dan algún matiz de religiosidad pagana y una vez año o tal vez más, se reúnen para su misa, para su rezo, para ese juego que tiene su éxtasis en el pogo, un ritual, un baile una forma de contacto, fuerte, duro y esencial.
Son ricoteros y alimentan el mito que los tiene como protagonistas más allá de la fracturada banda, a la que bancan como recuerdo y a la que a sus partes no le quitan la totalidad que perdieron. Se asocian y se dan la libertad de leer, entender y resignificar las letras, los mensajes.
Son ricoteros, son tiempos y formas de resistencias. No se aferran a quienes quieren marcarlos y encasillarlos a los tiempos de la banda: como herencia del mayo francés durante los ’70, o de las consignas trotskas de principios de los ’80, o de las broncas resignadas de los ’90 o del rentable oficialismo de estos tiempos; son mucho más que eso, son más que el líder y la leyenda, ya que lo construyen, la construyen.
Son en sí mismos una forma de comunicación, una forma de socialización, una forma de permanencia. Y sí son herederos de las representaciones mas libres de interpretar el arte, la solidaridad y la resistencia, son el rock, el rock de un país.
Son urbanos, under, del interior. Son más de 4 décadas. Son clandestinidad y exposición. Son el ayer y el mañana, y sobre todo son el hoy, la vida, esa fuerza que se sabe sobre las cadenas.

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