miércoles, 9 de septiembre de 2015

Burócratas que tiran comida cuando el hambre no les es negocio

Diario UNO de Mendoza (página 10), 9 de setiembre de 2015

Son un expediente, un trámite, una encomienda, unos bultos. Más de mil kilos de comida irán a la basura porque se olvidaron de entregarla, de repartirla, de compartirla. ¿Por qué? ¿Ya no era negocio político? ¿No llegaron a sacarle ganancia por otro lado?
El hecho sucedió en General Alvear, donde –como en toda Mendoza, como en la Argentina y el mundo– hay personas con hambre. Tiraron comida –en este caso galletas– que se venció luego de más siete meses de estar “guardada”, varada en un rincón de un espacio público.
Este es otro despropósito digitado por la inoperancia de esos personajes sumidos en el consumismo, ese que se evidencia en las grandes ciudades del planeta, incluidas las de este país, en los que en los containers de basura termina el 40% de la comida. O en la bendita economía por la que en promedio el 25% los productos alimenticios frescos o elaborados se “entierran” para regular el importe en el mercado. Consumo, precio y ganancias; el hambre poco importa, es un slogan de campaña o un objetivo para justificar la industria de la religión.
Volvamos al Sur de Mendoza, a General Alvear, donde dicen que abrirán un expediente interno para conocer a los responsables de que se venciera la tonelada de galletas. Obviamente que luego no pasará nada, ya que los damnificados son ciudadanos de segunda. Como tampoco pasa nada con los desvíos de fondos para programas sociales o como no pasó nada con el millonario robo hace unos años con los tickets Vale Más.
Para los burócratas, los políticos, los bolsones de comida se cambian por votos y los dadivosos empresarios lo canjean por el Impuesto a las Ganancias.
Mientras tanto invisibilizados están esos a los que ni la caridad les llega, esos que ni el hambre les da derecho a reclamar, porque inmediatamente pasan a la categoría de delincuentes con un sinfín de estigmatizaciones políticas y culturales que los empuja a las orillas, a los márgenes de la subsistencia. Esos que jamás se podrían dar el lujo de por cada retorcijón en el estómago devolver una patada en la cabeza del funcionario que dejó que se venciera la comida o al productor que volcó miles de litros de leche en el suelo o no levantó la cosecha para potenciar el valor de lo que tenía guardado en los silos.
Lo que pasó en Alvear salió a la luz por casualidad, pero es parte de una lógica, una costumbre, una estrategia consagrada y la vez oculta; hasta que algún día alguien diga, como en el tema de Joan Manuel Serrat “Disculpe el señor si le interrumpo, pero en el recibidor hay un par de pobres que preguntan insistentemente por usted. No piden limosnas, no... Son pobres que no tienen nada de nada. No entendí muy bien sin nada que vender o nada que perder, pero por lo que parece tiene usted alguna cosa que les pertenece…”

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