jueves, 24 de septiembre de 2015

Una multa para mostrar que ley pareja no tiene nada de pareja

Diario UNO de Mendoza (página 9), 23 de setiembre de 2015

Nadie se puede oponer a que se castigue a un borracho manejando, pero detrás de todo eslogan y acting de buenas intenciones se esconde la estructura que sostiene alguna injusticia, como por ejemplo la multa, la que obviamente no es para todos igual. Esos $28.000 (que podrían ser unos miles menos o seguramente más) es el número que barajan para el castigo económico ejemplificador para quienes cometan infracciones viales graves o gravísimas, entre ellas conducir alcoholizados o con tantos miligramos de alcohol en sangre por arriba de lo que se determine según algún prejuicio o interés.
Uno se puede imaginar que ese número, el de la multa, salió de alguna conversación entre legisladores y sus leales colaboradores, en la que concluyen que es una cifra que les dolerá a los infractores. Y también uno se debe imaginar que ese “dolor” lo calcularon teniendo en cuenta sus desproporcionados sueldos, que duplican o triplican las multas, sumados a sus otros ingresos por el buffet o el estudio contable o por la finquinta o la empresa, o los alquileres, entre otros tantos ítems que agregan en la columna del haber. Igual –dirán tras el café descafeinado– es una multa que duele”. O sea que la “justa y ejemplificadora” sanción para algunos significará con suerte el 5% o el 10% de los ingresos mensuales, y para otros –la mayoría– será de entre el 300% y el 500%.
Otra idea para castigar a los conductores borrachos es quitarles el vehículo por 30 días (podrían ser más o menos). Algunos los extrañarán por el vacío que generará el coche en la cochera donde hay dos o tres esperando para ser utilizados; otros se quedarán sin la única movilidad que tiene la familia, la que también se utiliza, en muchos casos, para trabajar. Pero bueno, “ley pareja…”, dirá el legislador.

También está en el paquete de medidas, que proponen para bajarle la caña o los que van con unas cañitas y otros brebajes de más en el sistema gástrico, sanguíneo y mental, la idea de meter preso al infractor. Obviamente que hay quienes tiene al abogado sentado al lado y a un juez en le primer lugar de fila de la agenda del teléfono, se trata de los que nunca van –ni irán–presos; distinto será con los otros, con esos que son un imán en la azarosa realidad que nada tiene de casualidad y señala algunos para alquilarlos en la averiguación de antecedentes, en las requisas y en los controles viales. Para unos el sistema de amistades y relaciones, para otros la Justicia, esa que con alguien debe actuar para autojustificarse.
Y así también aparecen dentro de los argumentos sociales –y los de algún fallo– los que toman de más, y los borrachos; los que están con problemas, y los borrachos; los que necesitan un tratamiento, y los que merecen la cárcel. Los que hacen las leyes y de las leyes sus leyes, y los otros.
En algo tan sencillo y donde nadie se puede oponer, que es en castigar a un conductor alcoholizado, vemos cómo opera detrás todo un recurrente sistema cuya férrea estructura tiene tantos velos como víctimas.
La ley no será justa, en realidad ninguna lo es, lo importante es que no se note.

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