miércoles, 2 de septiembre de 2015

No solo son los atributos y el rótulo, lo peor está en el concurso


Diario UNO de Mendoza (página 10), 2 de setiembre de 2015

No solo son los atributos, no solo es el rótulo, el problema es también, y sobre todo, el concurso de belleza. La diputada nacional del oficialismo, Gloria Videgain, lanzó la semana pasada lo que se presenta como una buena medida, pero se olvidó de lo más importante. Más humo para el relato, más comida para los buitres.
La legisladora propone en su texto  –de relevancia mediática– terminar con el prestado título nobiliario (reinas, princesas, soberanas) y los ropajes que lo acompañan, pero la elección de las chicas no se toca. “Deben ser consideradas para su premiación como representantes de la fiesta nacional, regional, provincial o municipal en la que participen”, explica y sobre estos espectáculos cuenta la anécdota que la movilizó a redactar el proyecto que pronto se tratará en el recinto del Congreso y que terminará diluyéndose en el Senado: “Hace tiempo fuimos a una fiesta provincial (…) e impactó ver que cuando pasaban (…) se parecía bastante al remate de hacienda, en donde pasaban los animales y se recalcaban los mismos atributos”.
Es cierto que la corona, la capa y el cetro de turno son símbolos retrógrados del feudalismo, de la conquista, la ocupación, el oscurantismo y las cruzadas, la pleitesía, el servilismo, la humillación. Son íconos de las monarquías con todas sus regresiones, las que aún se mantienen en algunos países donde las tiranías truncaron las repúblicas. La escenificación de ese mundillo hasta rescata la figura del chaperón, el encargado del control moralino, el de las formas y la represión sexual.
Obviamente que esto afecta a una parte de la Fiesta de la Vendimia y así salieron los defensores de la “tradición mendocina”, tradición esa que también es la explotación laboral e infantil, el racismo hacia los pueblos originarios. Ya hemos criticado en este espacio el tradicional Baile de las Reinas, esa triste puesta escénica, misógina y decadente, donde los intendentes, en actitud de monarcas, sacan a bailar a la soberana de su principiado, la muestran y la “subastan” entre funcionarios e invitados. La cosificación materializada en promesas de votos y estos, en capital simbólico para el cacique que administra el terruño donde también vive la piba víctima del cuento de princesas de la mendocinidad.
Y es el Estado que promociona y financia un concurso de belleza, en su gran noche, en el afiche turístico, y con el ejército artístico movilizado como partenaire de esa elección. La idea de Videgain se quedó a medias, o sea, en la nada. Es que el concurso de belleza es la máxima expresión de la cosificación de las mujeres, de la estandarización; esas machistas formas de la violencia de género, es también el andamiaje para la estigmatización, la discriminación y el bullying.
Pero bueno, en nombre de la tradición se esconden tantos estragos.  Las costumbres acostumbran y los costumbristas levantan sus espadas contra quienes no se contentan con su pacatismo y sus mierdas.

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