miércoles, 9 de noviembre de 2011

Sobre esos vendedores de humo

Diario UNO de Mendoza, miércoles 9 de noviembre de 2011

Hace unos días una expresión con fuerte tradición coloquial, sobre todo en el mundo del deporte, saltó al
ruedo político, se trata de “vendehumo”, la que el diccionario convirtió en una palabra. Se utiliza toda junta, con acento y “s” final, o sea: vendehúmos. Quién la dijo y a quién, poco importa, pero bien valdría alertar sobre la cantidad de vendehúmos que hay.
En realidad se trata de un eufemismo. Al vendehúmos lo podemos describir como un cínico, un chanta, un crápula, un estafador, un mentiroso, un embaucador, un manipulador, un hipócrita.
No se trata de un mitómano, ya que sabe lo que hace y cómo hacerlo. Es más, gracias al “vendehumismo”
se han constituido como seres sociales y se han catapultado para ocupar un rol protagónico, aunque no necesariamente sea en escena.
El vendehúmos se para en un pedestal, utiliza la fanfarronería, la sensiblería y argumenta con estridencia
–aunque la mayoría de las veces no conozca de fondo el tema– para concluir en una promesa. Esta es la clave del vendehúmos: prometer, ofertar, ilusionar.
El vendehúmos manipula cada una de las circunstancias que lo atraviesan: a la fantasía la convierte en realidad, se aprovecha de ella, le da las formas de su conveniencia. Busca acólitos, seguidores y clientes. Se
regodea con la desgracia y con la credulidad de quien tiene enfrente, pero la caretea como ninguno, siempre
tiene unas palmaditas para repartir.
Los vendedores de humo saben que en cada necesidad hay una posibilidad y como buenos alumnos del
marketing y el propagandismo, apelan a la fantasía, a la que reconstruyen con los elementos de la realidad,
la ciencia, la verdad y la fe.
 Le engrapan una sonrisa, un par de muecas de convicción, unos ademanes, mucho histrionismo, y avanzan negando la opción del error y el fracaso.
Acopian, se entronizan y siguen acopiando escondiendo sus réditos bajo alguna humareda.
Estos no sólo hablan, escriben y utilizan redes sociales, también abrazan y si hace falta lloran. Y lo más increíble es que a veces son embaucados por otro vendehúmos, aunque entre ellos existe el código del consenso.
De estos tipos hay en todos lados y en todos los rubros, y cuando son descubiertos venden humo más espeso con el que tapan el humito anterior.
Estos mercaderes de la quemazón ética tienen cargos, contactos, amigos y socios parecidos a ellos, cierto capital (monetario y simbólico) y un proyecto que está más lejos del que configura con sus señales de humo para su público inmediato.

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