Diario UNO de Mendoza, miércoles 7 de diciembre de 2011
Telas, lanas, hilos y botones.
Un trabajo artesanal en la industria de la política
A dos agujas, al crochet, en macramé o en telar. Con máquina a pedal o eléctrica, o también a mano con aguja fina. El andamiaje del poder lleva su tiempo de tejido y costura para construir su armazón, al que podríamos figurarlo como un saco.
No es cosa fácil. La tela se impone sobre la lana y a la hora del entramado muchos hilos vienen sucios, descoloridos o deshilachados.
Es artesanal el trabajo a la hora de elegir los nombres para los cargos, el armar las costuras que sostengan a ese industrializado y omnipresente aparato llamado Estado, que está apoyado sobre otros y sosteniendo alguno más pesado, ese que en el mejor de los casos sus administradores de turno llegan por el voto de la mayoría, y es ese mismo que en la totalidad de los casos defienden los intereses de una minoría.
Minorías poderosas, sueltas y muy dúctiles, saben del negocio, y se preocupan por saber de antemano el talle del saco, para lo que hacen lobby, subvencionan las campañas, que arrancan desde temprano y a varias puntas, antes de que tome un color esa prenda que servirá de abrigo a las oficinas y despachos del poder.
Esos pocos, acorazados en las sombras, y sin la necesidad de imponer su etiqueta son multiformes, cambiantes y muchas veces sus objetivos y necesidades, son contradictorios entre sí.
Allí se comienza a tejer, a coser, a construir el colorido saco, de mangas de distintas tonalidades, que combina retazos de telas unidos a mallas de lanas tejidas con puntos distintos. La apariencia tosca y casi grotesca no deja de ser sólo eso, apariencia.
Cada pedazo, con nombre, propio responde a líneas internas, externas, transversales, horizontales, están los históricos, los consagrados, los renovados, los tapados. Están los fieles, los aliados, los amigos, y hasta los enemigos. No es de extrañar que se incorpore algún sobrante con costura doble que venga de afuera, algo que pareciera inesperado, pero políticamente correcto para la armazón.
Todos cuentan con un alfilerazo clave y un buen blindaje en forma de dedal.
El costurero sabe que la moda estará tras el discurso que le ponga un rótulo a su tendencia, en las formas que se promocione, se posicione y se presente a ese saco que se fue bosquejando con consultas, recomendaciones, presiones y quedó listo cuando se lo anunció tras esa mentada y poco creíble expresión en boga: “consenso”, almohadilla con la que se le cierran las puertas a cuestionamientos de fondo, y con que se empuja a que “todos” se hagan, en parte, cargo del producto.
Ya lo ha demostrado la historia, y se ha repetido el hecho en más de un caso, de que los primeros en llegar al taller de costura sean los botones, y obvio sin preguntar el tamaño del ojal, aunque también es cierto que estos son los más fáciles de remplazar y con el tiempo los nuevos les darán renovados aires al aludido saco que sostiene al gobierno del Estado.
De ser necesario, al saco se lo podrá arremangar, o se le podrán cortar las mangas y hacer un lindo chalequito. También se podrá eliminar el cuello para darle una onda más juvenil. Se lo podrá teñir, o hasta, en el peor de los casos, encargarle al sastre mayor en funciones la confección de un nuevo saco. Las fórmulas son casi infinitas, sobre todo cuando hay tantos profesionales del dobladillo cosiendo y tejiendo todo el tiempo.
Ya en vidriera, y más aún en uso, llegará la hora para los analistas de sacos y de alta costura, los que con su afilada crítica, con su desarrollado sentido común, pondrán el grito en el cielo al ver que se saltó un punto o se descosió un bolsillo, pero el saco seguirá allí, colgando de la misma percha.
Por otro lado estarán los erráticos, “negativos” e inconformistas que al ver el saco sólo vean la lana, y que detrás de ésta hay una oveja pelada y raquítica, o que al ver la brillante seda no se olviden del gusano.
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