Diario UNO de Mendoza, miércoles 29 de febrero de 2012 (página 12)
El Metrotranvía se prueba para la foto.
La tragedia de Once
dejo ver la crisis del sistema de transporte
Ayer no fue, como tantas otras veces. La postergación, con
burócrata lógica, sentenció estirar el mapa del tiempo para que entre en
funciones el Metrotranvía.
El tranvía metropolitano de Mendoza, ese tren urbano que ya tuvo su inauguración virtual en tiempos cazavotos, sigue sin su misión: funcionar, darle un poco de holgura al mediocre, colapsado y caótico servicio de transporte público. Ayer no brindó su servicio, sólo operó para la prensa. Se sigue probando.
El tren ligero (por peso y no por velocidad) sigue sin lustrar los rieles, ya que no están dadas las condiciones de seguridad. Eso dicen, que los automovilistas no respetan las señales de tránsito. Eso dicen. Cuantas veces una pequeña verdad sirve para ocultar otro sinfín de realidades que es preferible no nombrar.
Todo cambió tras los 51 muertos y centenares de heridos que dejó, hace una semana, el choque de un tren en Once, en pleno Buenos Aires, en lo que “fue el efecto esperado de una larga sucesión de causas perdidas”, escribe Martín Caparrós en El País para argumentar lo erróneo que es llamarlo accidente, y describe parte de las políticas públicas que llevaron a tremendo desenlace.
Por acá, el Metrotranvía no arranca, aún, se demora, y sí, más de uno alertó que no hay barreras en los cruces (y no habrá), que no todos los semáforos funcionaban y, sobre todo, que las formaciones bien pintaditas vienen de ser chatarra, En otra ciudad (San Diego) decidieron darles de baja, sacarlas de circulación, ya habían cumplido su ciclo.
Algún funcionario habrá hecho un paralelismo y recordado como se les caían pedazos a los usados troles canadienses que compraron hace unos pocos años durante el gobierno de Jaque, y que nutren cada vez más un cementerio de hierros, un depósito de repuestos.
El transporte público no deja de ser un negocio privado.
Se olvidan de que se trata de gente, de personas, prefieren hablar de pasajeros, por más que de pasajero no tenga nada, ya que están y son, una y otra vez, cautivos de sus rutinarias necesidades; se habla de usuarios, de ese montón al que el anonimato le borra los rostros.
No hace tanto cerraron ferrocarriles y crecieron las empresas de colectivos, sobre todo de larga distancia. Algunos servicios siguieron funcionando, en la metrópoli bonaerense, concesionados en una perversa y patoteril triangulación entre el Estado, empresarios y sindicalistas, donde todos hicieron sus negocios en la repartija, se mezclaron en las funciones empresarios, sindicalistas y funcionarios del área oficial de transporte. Unos daban (lo que tienen y no es de ellos) para que otros no controlaran, y otros rifaran los subsidios del Estado en la bicicleta financiera. Te subsidio, te estatizo, te privatizo.
Acá, en Mendoza, cuando a algún empresario no le cerró el lucro del transporte público le llegó el Estado salvador, que terminó negociando y estatizando una línea de colectivos. Fue durante el gobierno de Cobos, cuando compraron micros que en menos de 5 años ya no servían, no eran los adecuados; la empresa estatal se vació, se vició y terminó el gobierno siguiente volviendo a privatizarla, obvio, subsidiando y entregando un negocio redondito (el kilómetro recorrido), el que seguro no es para quienes viajan en condiciones de hacinamiento y sin que se les respeten los horarios.
La provincia necesita su tren urbano (y también el de media y larga distancia). Espera que arranque esta primera etapa y de las próximas, que seguro se demorarán mucho más de lo que prometen.
El Metrotranvía ayer no arrancó, lo hará en unos días o en unos meses, por ahora seguirá titubeante y vacío deslizándose sobre el trazado de los desencuentros.
El nuevo medio de transporte cambiará la fisonomía y en parte los hábitos en Mendoza. Sobre la recién pintada chatarra de las “flamantes” viejas formaciones ya viajan los fantasmas de recurrentes negociados en políticas de transporte, pero también viajarán personas.
El tranvía metropolitano de Mendoza, ese tren urbano que ya tuvo su inauguración virtual en tiempos cazavotos, sigue sin su misión: funcionar, darle un poco de holgura al mediocre, colapsado y caótico servicio de transporte público. Ayer no brindó su servicio, sólo operó para la prensa. Se sigue probando.
El tren ligero (por peso y no por velocidad) sigue sin lustrar los rieles, ya que no están dadas las condiciones de seguridad. Eso dicen, que los automovilistas no respetan las señales de tránsito. Eso dicen. Cuantas veces una pequeña verdad sirve para ocultar otro sinfín de realidades que es preferible no nombrar.
Todo cambió tras los 51 muertos y centenares de heridos que dejó, hace una semana, el choque de un tren en Once, en pleno Buenos Aires, en lo que “fue el efecto esperado de una larga sucesión de causas perdidas”, escribe Martín Caparrós en El País para argumentar lo erróneo que es llamarlo accidente, y describe parte de las políticas públicas que llevaron a tremendo desenlace.
Por acá, el Metrotranvía no arranca, aún, se demora, y sí, más de uno alertó que no hay barreras en los cruces (y no habrá), que no todos los semáforos funcionaban y, sobre todo, que las formaciones bien pintaditas vienen de ser chatarra, En otra ciudad (San Diego) decidieron darles de baja, sacarlas de circulación, ya habían cumplido su ciclo.
Algún funcionario habrá hecho un paralelismo y recordado como se les caían pedazos a los usados troles canadienses que compraron hace unos pocos años durante el gobierno de Jaque, y que nutren cada vez más un cementerio de hierros, un depósito de repuestos.
El transporte público no deja de ser un negocio privado.
Se olvidan de que se trata de gente, de personas, prefieren hablar de pasajeros, por más que de pasajero no tenga nada, ya que están y son, una y otra vez, cautivos de sus rutinarias necesidades; se habla de usuarios, de ese montón al que el anonimato le borra los rostros.
No hace tanto cerraron ferrocarriles y crecieron las empresas de colectivos, sobre todo de larga distancia. Algunos servicios siguieron funcionando, en la metrópoli bonaerense, concesionados en una perversa y patoteril triangulación entre el Estado, empresarios y sindicalistas, donde todos hicieron sus negocios en la repartija, se mezclaron en las funciones empresarios, sindicalistas y funcionarios del área oficial de transporte. Unos daban (lo que tienen y no es de ellos) para que otros no controlaran, y otros rifaran los subsidios del Estado en la bicicleta financiera. Te subsidio, te estatizo, te privatizo.
Acá, en Mendoza, cuando a algún empresario no le cerró el lucro del transporte público le llegó el Estado salvador, que terminó negociando y estatizando una línea de colectivos. Fue durante el gobierno de Cobos, cuando compraron micros que en menos de 5 años ya no servían, no eran los adecuados; la empresa estatal se vació, se vició y terminó el gobierno siguiente volviendo a privatizarla, obvio, subsidiando y entregando un negocio redondito (el kilómetro recorrido), el que seguro no es para quienes viajan en condiciones de hacinamiento y sin que se les respeten los horarios.
La provincia necesita su tren urbano (y también el de media y larga distancia). Espera que arranque esta primera etapa y de las próximas, que seguro se demorarán mucho más de lo que prometen.
El Metrotranvía ayer no arrancó, lo hará en unos días o en unos meses, por ahora seguirá titubeante y vacío deslizándose sobre el trazado de los desencuentros.
El nuevo medio de transporte cambiará la fisonomía y en parte los hábitos en Mendoza. Sobre la recién pintada chatarra de las “flamantes” viejas formaciones ya viajan los fantasmas de recurrentes negociados en políticas de transporte, pero también viajarán personas.
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