miércoles, 22 de agosto de 2012

Minimizar y frivolizar sirve para naturalizar

Diario UNO de Mendoza (página 10), 22 de agosto de 2012
 Nazismo y fascismo son las palabras que terminan banalizando  quienes dicen criticar al Gobierno
“Fascismo” y “nazismo” son las palabras que se terminan banalizando al descontextualizarlas en el uso que con soltura se utiliza como calificativo, como chicana ante las acciones, prácticas y discursos del Gobierno nacional y de algunos de los sectores militantes del kirchnerismo. Este concreto (la acusación), absurdo, se ha potenciado en las últimas semanas, cuando con estas categorías políticas buscan polarizar en una guerra de poder, sobre todo mediática, cada vez más lejos de los ciudadanos.
El fascismo y el nazismo son persecución, exilio, tortura, muerte, xenofobia, homofobia, discriminación... Es dictadura, represión y la violación total de los derechos sociales e individuales.
Macristas, radicales y posmenemistas coinciden en el ataque, mientras que sus argumentos, desvirtuados y magnificados, les son tan propios en su presente político-administrativo como en sus pasados recientes. Creen ver una ventana en el espejo.

Entender la historia argentina es complejo. Y más complejo aún es entender al peronismo, a Perón, al justicialismo y a los peronistas. Y a éstos con sus diferencias, sus enfrentamientos internos en cada proceso histórico. Se trata de sujetos políticos a la vez contradictorios, hegemónicos y contrahegemónicos. Aunque para el gorilismo consensuado siempre le es fácil entenderlo y organizarse para atacarlo, estigmatizarlo, simplificarlo y perseguirlo.
“Adoctrinamiento” es otra de las palabras en boga para argumentar el supuesto fascismo y nazismo del Gobierno. Obvio, el Estado adoctrina, pero ¿acaso los que acusan no son parte del Estado (jefes y gobiernos o cogobiernos o ex gobernantes), de sus intereses y los más preocupados para que no se altere el fascismo financiero internacional?

La militancia de La Cámpora sigue siendo el caballito de batalla, el argumento central, y para eso el macrismo en Buenos Aires y el radicalismo en Mendoza quieren un 0-800 para que se denuncie cuando hacen militancia en las escuelas. La preocupación no es que entren desconocidos a los colegios o la seguridad de alumnos y alumnas, sino que se milite, que se discuta de política, de ideas. A eso lo llaman “adoctrinamiento”. El otro argumento es la “desmedida utilización” que hace la Presidenta de la cadena nacional para sus anuncios y sus “ataques a la prensa independiente”.
¿Acaso no adoctrinan los planes de estudio, las currículas, los discursos de inicio de clase, los curas en espacios laicos, bendiciendo cualquier inauguración o mediando en negociaciones gremiales?
Adoctrinan los spots publicitarios, las leyes, la imposición de modas, el lenguaje, los olvidos...
En un país donde recién comienzan a ser juzgados criminales de lesa humanidad, donde aún hay intentonas de organizaciones paramilitares, como la que terminó con la vida del militante Mariano Ferreyra, y por lo que también están sentados, algunos de ellos en el banquillo, es peligroso banalizar términos como nazismo y fascismo.
No es lo mismo darle esta categoría a un individuo que a un gobierno o un Estado. Y es también peligroso confundir estos términos con populismo, asistencialismo o demagogia.
Minimizar y frivolizar sólo sirve para naturalizar. Esto no es inocente, está direccionado. Y ahí radica el gran peligro, ya que el fascismo y el nazismo son amenazas latentes, siempre atentas y con muchos caminos y puertas allanadas para abrirse camino con aliados históricos sedientos para seguir reafirmando sus lugares de privilegio y con secuaces voraces esperando por una migaja para profesar el desprecio en nombre de algún simplismo hipócrita y convocante.
En última instancia, más allá de los acusadores, las acusaciones y lo que esto esconde y trasciende, las víctimas siempre terminan siendo las mismas.


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