sábado, 8 de marzo de 2014

Dicen que el sistema narco de Mendoza tiene en una punta 23 pequeños engranajes

Diario UNO de Mendoza (página 10), 5 de marzo de 2014

El movimiento propulsor acerca un número, uno de los tantos que cuantifican la estigmatización. Esos que dicen tanto para no decir otro tanto en la misma cinética de la polea. Según los datos oficiales, desde Inteligencia Criminal afirman que en Mendoza operan 23 bandas dedicadas a la comercialización de drogas. Al parecer, estas pequeñas organizaciones habrían perdido el “control” superior, el nexo que las mantenía ordenadas, y estarían en caos en los últimos años, lo que habría desencadenado una guerra por el control de las zonas y la consolidación de sus nuevos y jóvenes líderes.
Explican que estas pandillas tienen una gran facilidad para conseguir armas y convocar gente para sus “tropas”. Así, para algunos, para lo que entran en estas estadísticas, el quiosquito de la droga se convierte en un fratricidio en las barriadas más pobres, en donde la violencia es una forma de supervivencia y de donde es difícil de escapar, por las barreras que hay adentro y sobre todo por las que se levantan desde afuera.
Hay un terreno incómodo donde todo está armado para no llegar, para que no se pregunte ni investigue, ya que a la punta de la pirámide, del mecanismo, no se llega, es intocable, y es sólo desde ahí donde se impulsan y arman todas las organizaciones policiales, militares, paramilitares y políticas para combatir el narcotráfico, el “flagelo de las drogas” y otras consignas similares.

Tienen divisadas y empadronadas en la provincia a 23 bandas criminales (16 de ellas en Gran Mendoza), saben en qué barrios operan y dan a entender los conflictos territoriales entre ellas. Ingenuo sería que también den a conocer quién las comanda, las concentra y las nutre de armas, quién les libera las zonas, y les limpia o esconde legajos y expedientes, quién les marca las coordenadas, quién les provee las mercancía que venden y a quién le entregan gran parte de las ganancias. Ingenuo es creer que saldrán a la luz esas otras organizaciones cuyos integrantes no viven en esos barrios tan problemáticos y de mala reputación, esas personas estudiadas y de buenos modales, con gustos más refinados y en su mayoría sin antecedentes penales. Falta sólo eso, que den a conocer a esos que se llevan la mejores tajadas de los negocios de lo prohibido, a los que no les tiembla la voz a la hora de algún arreglito o de contratar un sicario. Son esos mismos que apuestan por seguir prohibiendo para lucrar con lo prohibido, esos que no tienen problemas en las aduanas, en las casas de cambio, en los lavaderos tan citadinos y concurridos, esos que levantan sus pantallas de “estilo de vida” para tapar lo que les da ese y otro estilo de vida.
Falta saber eso, empezar por ahí.
Pegar y juzgar a lo estigmatizado es fácil. Y fácil es cerrar el problema allí, ya que se vuelve a estigmatizar y así hay dónde allanar, juzgar y condenar.
Pero el sistema tiene muchas poleas y engranajes, algunos escondidos, bien engrasados y poderosos. Engranajes sin banderas ni fronteras, con una medida estándar que se adapta a economías, culturas y religiones. Un engranaje tan humano que hace andar el mecanismo en cualquier clima, y llena bolsillos y pone palabras y leyes. Engranaje hipócrita, que moraliza.
Dicen que la polea tiene en su extremo 23 pequeños engranajes. Lo que no dicen es dónde están, cómo se llama ese par más grande que los hace funcionar y cuál es el que les da impulso narco.

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