Diario UNO de Mendoza (página 10), 19 de marzo de 2014
Durante las últimas semanas, un arsenal de acusaciones y epítetos despectivos cayeron sobre las maestras y los maestros, y sobre todo sobre la escuela pública. El sentido común avala el aumento a un policía amotinado, pero no al educador o la educadora. Parece que al enseñar se pierde el valor de trabajo y, por ende, el de trabajador y trabajadora, y todos los derechos que tienen conquistados y por conquistar.
En síntesis, a un docente que trabaja doble turno y tiene familia no le alcanza para vivir, como tampoco les alcanza a los que trabajan en las escuelas de gestión privada, en las que en muchos casos los haberes son aún menores, donde les hacen descuentos fantasmas y tienen contratos que rozan con lo ilegal. Esa educación privada que se busca legitimar para seguir vapuleando la pública recibe su principal aporte económico del mismo Estado y es éste el que no avanza para frenar los atropellos y los abusos a las leyes laborales de ese sector.
Por estos días hay asambleas, votaciones, argumentos, paros y movilizaciones, lo que irrita a muchos padres que ven que no funciona la guardería donde depositan a niños y adolescentes. Y son los mismos gobernantes de turno los que ya tienen alistada las fuerzas represivas por si se caldea el reclamo, los que durante campañas y folletos cazavotos se cansan de sacar a relucir que la educación es “inversión” y luego, ya en el control de las finanzas, demuestran cómo lo viven como un “gasto” y sobre todo cuando se trata de salarios.
Sí, los docentes reclaman, hacen huelgas y asambleas, eligen a sus representantes. Y también se movilizan porque es la única forma de llamar la atención para exigir lo que le es suyo.
Quizás la primera obligación que tienen como maestros es enseñar a construir un mundo mejor, y el pelear por sus derechos y su dignidad es la mejor enseñanza que puedes dar en un mundo donde la hipocresía, el atropello, el egoísmo y la usura son el modus operandi.
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