Diario UNO de Mendoza (página 8), 5 de noviembre de 2014
La salud es más que una consigna de campaña y es mucho más que un negocio, supera la dimensión de un ministerio o de una organización mundial. La salud es una necesidad. La salud es vida, es bienestar, es existencia. La salud es un derecho humano.
Todo un grupo de industrias constituyen el sostén de los despropósitos que se relacionan con la salud y que se escudan bajo campañas y lobby promocionando esa salud que les sirve para su asegurada rentabilidad como meta y no como logro.
Enfermedades, epidemias y plagas. Virus, gérmenes, y mucha fiebre, tos, vómitos, muertes. Barbijos, guantes, suero y helicópteros. Miedo. Y obvio la industria farmacológica moviendo millones de dólares, controlando parlamentarios, congresistas y al próximo tirano; extorsionando o comprando o derrocando gobiernos, movilizando a su ejército: el de esos médicos que no escaparon a la lógica que les posibilitará el ingreso al mundo de los placeres del consumo internacional, una gold card y otros merecidos premios para esos, y que no son pocos, que por esas dádivas se encargan de ejecutar el mecanismo fino del lobby que termina en la caja de una farmacia, en esas donde una gragea de nombre publicitado y licencia alemana lleva como esencia los yuyos con lo que curaban esas mujeres que terminaron en una hoguera por brujas, esos yuyos que recién causan efecto benignos sobre los cuerpos cuando la ciencia los sentencia en un prospecto, dentro de una caja, y debajo de una marca.
Y la salud ausente, por más que prometan curarse en doce cuotas y sin interés. Por más que el alivio tenga un 10% de descuento para afiliados.
Cuantos millones se pierden si se descubre la cura de una enfermedad, el negocio está en el eterno tratamiento, con interconsultas, estudios, laboratorios y con internación, dos cirugías, y un largo postoperatorio, esperando una nueva enfermedad.
También se suman al lucrativo business de la medicina las pestes, las guerras y sobre todo la psicosis que genera el temor al contagio, a lo desconocido, para lo que también hay medicación o vacunas o calmantes, según sea el caso y según lo recomiendan los especialistas del tema reunidos en el último congreso auspiciado por el dueño de los termómetros y del mercurio.
La enfermedad como estigma. La medicalización compulsiva como estrategia. Y las pastillas milagrosas como placebo. No no sentimos bien y es por que estamos enfermos. Pidamos un turno, un recetario nos espera.
Lo privado que se impone sobre lo publico, lo corporativo sobre lo social.
Y no es casual que los hospitales públicos estén en crisis, que las obras sociales no brinden ni un décimo de sus obligaciones y compromisos con sus afiliados. Hay un mundo mejor (o una promesa de salud) si se pasa por caja primero, si se firma un pagaré, y si se cumple con el nombre de fantasía de lo recetado. Al fin y al cabo el negocio en alza está certificado y no admite discusión.
Veamos que nuestros centros de salud, nuestros hospitales no escapan al mecanismo, son víctimas de uno de los sistemas mas afianzados en el mundo. Un sistema que tiene una hipodérmica implacable a la hora de introducir los anticuerpos para resistir cualquier intento de cambio, de transfusión cultural, ideológica y económica; y así se asegura que nos enfermemos, para curarnos, por un tiempito, si podemos pagarlo.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario