domingo, 27 de junio de 2004

Y hay quienes piden periodistas con camiseta

Suplemento Ovación (página 2),
Diario UNO de Mendoza, 27 de junio de 2004

Un periodista con camiseta es un periodista con camiseta. Es obvio, develado, parcial, arbitrario, fanático, enfermizo y sobre todo peligroso…
Desde hace un tiempo hinchas y dirigentes le piden la prensa local que se ponga la camiseta de Mendoza, o sea la de un club o representante mendocino.
Esto surge como un grito ahogado y desesperado, quizás al ver la pobre representatividad y trascendencia que tiene nuestro deporte a nivel nacional e internacional, que día día se hunde en un mar de reiterados fracasos.
El periodista que toma partido no tiene márgenes ni horizontes. No tiene objeto de análisis, ya que es parte del mismo y se ahoga sobre la prédica y la plegaria de un deseo. Su visión sufre una distorsión, pierde perspectiva, y ve las cosas desde un solo lado.
El periodismo deportivo parece tener más “autonomías” pero es periodismo, y hoy por hoy es común ver cómo se revuelca, con un formato de entretenimiento, en operaciones políticas. Se manifiesta una pronunciada dependencia a los caprichos del poder de turno, ya que el dirigente o funcionario es también
publicista y lo que no impone desde la ideología de mercado lo insinúa desde alguna “moral” o simplemente lo compra.
Los objetivos de la prensa no son los mismos que los del hincha, el dirigente o el funcionario más allá de que con vergüenza tengamos que reconocer que afloran y trascienden comunicadores con la función de portavoces, de marionetas que con una buena utilización de la técnica y la forma manipulan el contenido y aniquilan la ética. Estos son “partidarios” de una campaña, de una gerenciadora, de un club, del tráfico de técnicos y jugadores; y sin dudas los responsables de la crisis de credibilidad en esta profesión. Hay quienes desde el lugar de periodistas y más allá de los intereses de la empresa para la que trabajan se convierten en empresas propias y venden sus palabras como parte de la pauta publicitaria.
El periodista está obligado a poner distancia entre los hechos, sus protagonistas y de sí mismo como periodista. El comunicador tiene la obligación de informar, de acercar los datos y los hechos necesarios, de opinar sobre los protagonistas y actores de la vida pública (en nuestro caso los deportistas, los equipos, el juego) y controlar a quienes ejercen el poder (las organizaciones federativas, los dirigentes, los funcionarios).
El periodista no debe ser hincha, no se tiene que poner la camiseta ni aun con las mejores intenciones (o por un inconsciente chovinismo). Debe ser objetivo; y ser objetivo desde la función de periodista mendocino es dilucidar y exponer que la realidad es vista desde una ubicación geográfica, social e histórica, política y ética. No ocultar desde qué perspectiva se observa y abrir el abanico para democratizar un análisis crítico e interpretativo.

domingo, 13 de junio de 2004

Un sheriff sólo ofrece violencia

Suplemento Ovación (página 2),
Diario UNO de Mendoza, 13 de junio de 2004


Parece que le gusta el rol de sheriff, de hombre de mano dura, y lo peor es que desde arriba se lo festejan y lo apoyan.
Javier Castrilli (director del Programa de Seguridad de Espectáculos Futbolísticos, PROSEF), con una medida llena de contradicciones deja un precedente patético para el fútbol argentino y para el ejercicio de las libertades.
Si se prohíbe algo tan banal y sencillo como identificarse con un club de fútbol, qué queda para las manifestaciones ideológicas, religiosas, o de orientación sexual que no responden a la norma establecida.
Prohibir el ingreso a un lugar público por tener gustos diferentes es simple y llanamente discriminación.
En sentido peyorativo se ha puesto de moda la categoría de “visitante”, como la de “diferente”, que no es nuevo y se manifiesta como un justificativo para considerar como enemigo al otro.
El fútbol es una manifestación pública, no privada. Los clubes son sociedades civiles, no fuertes militares. Y los árbitros sedientos de protagonismo y devenidos en funcionarios son lamentables.
Para el superclásico del fútbol argentino los hinchas visitantes no pueden concurrir al estadio del equipo local. La normativa no sólo es violenta en sí misma por su discriminación, por la desarticulación de una escenificación, sino por los valores ocultos que propugna: rechazo, intolerancia, violencia, segregación.
El mensaje defiende el sentido de unicidad, de intransigencia, sin sutilezas se dice que todo aquel que sea distinto, que se vista de otro color es un indeseable, un enemigo, lleva a ver a los otros como integrantes de guetos peligrosos, que no deben pisar ciertos terrenos. Se trata de medidas belicistas, militaristas, muy cercanas a las patéticas décadas de plomo.
Escudado en nombre de la seguridad, repugna ver cómo evade atacar a los verdaderos violentos. La violencia en el fútbol no es el “fanatismo”, ni las banderas, ni los cánticos, ni las camiseta, ni las cargadas. Se trata de organizaciones mafiosas.
El poder desde hace tiempo ha extendido sus tentáculos dentro del fútbol, y con códigos mafiosos, tanto políticos, gremialistas y empresarios amparan, protegen y promueven a quienes se encargan de sus trabajos sucios, los que van desde la reventa de entradas hasta el narcotráfico, aprietes, secuestros y proxenetismo. El método: la violencia, la impunidad.
Estos, los barrabravas, con las nuevas medidas, no tendrán a los de enfrente para demostrar su poder, pero siguen teniendo a los de al lado y a los de abajo para demostrar que ellos mandan en su localía.
El poder los ampara, necesita convivir con sus matones y enmascarar una acción como políticamente correcta atacando el color visitante. Hipócritas que generan un segregacionismo para no tocar los intereses mafiosos que hay insertos en el mundo del fútbol. No les importa desvirtuar el juego, el deporte, el espectáculo, los sentimientos. No les importa pisotear tantos años de lucha por la tolerancia.