domingo, 10 de noviembre de 2013

Parásitos o el caso del gusano Gordiano

Diario UNO de Mendoza (página 10), 6 de noviembre de 2013
 Se trata del que controla, consume y lleva al suicidio a grillos y langostas. Un ejemplo.
Hay quienes creen que las conductas responden a una libre elección. O las palabras, o los silencios. Y están también los que buscan las formas de control, domesticación, educación, castigo o medicalización para quienes no responden a la conducta apropiada.
Vayamos al caso del Paragordius tricuspidatus. Se trata del parásito que consume, controla y lleva al suicidio al grillo. Este gusano (también llamado Gordiano) que mide tres milímetros de ancho y llega a tener hasta 30 centímetros de largo, crece enroscándose en la cavidad abdominal del insecto. Y obviamente se alimenta de los nutrientes del ser invadido, el que envejece más rápido ya que debe doblegar sus esfuerzos de supervivencia para sostenerse en su hábitat y sostener el hábitat en que lo han convertido.
Cuentan los científicos que este parásito “produce proteínas que secuestran el sistema nervioso central del grillo”, por lo que las acciones del insecto en cierto momento pasan a responder a las necesidades de su amo, el que cuando ya se siente que terminó de consumir a su víctima le ordena el suicidio, o sea que se tire al agua para poder salir, nadar un rato y socializar un poco con otros, reproducirse y analizar quiénes están más suculentos y cómodos para futuros ataques, sobre todo a sus favoritos: grillos y langostas.

El del gusano Gordiano es un ejemplo, es uno más, ya que parásitos invasores de cuerpos y posteriormente de cerebros se repiten en una extensa variedad que podría ocupar cientos de horas en National Geographic, NatGeo o Animal Planet, ya que más allá de los formas de invasión otro “gran atractivo” son la formas confusas, compulsivas y extrañas que toman los poseídos.
En el reino animal hay un lugar donde está prohibido nombrar y detallar los mecanismos de funcionamiento de los parásitos, y es en la especie humana. Es más, si bien son pocos, poderosos y visibles su condición parasitaria la esconden detrás de las reglas de mercado, de la herencia o la divinidad.
Una de las grandes características es que los parásitos son de la misma especie que los parasitados. No se crían dentro sus abdómenes, pero sí sobre las espaldas, los brazos, las piernas y las lágrimas de sus invadidos. Los cerebros no los controlan desde adentro sino desde afuera.
Los cuerpos invadidos se justifican por sí mismos ya que lo primero que se les enseña es a negar al invasor. Algunos les hacen creer que algún día serán parásitos, o perdonados vaya a saber de qué, o que recibirán alguna recompensa. O simplemente se les enseña a no preguntarse por su condición de invadido. Siempre hay un modelo a seguir, obviamente que con las adecuaciones necesarias al hábitat. Cuando los cuerpos se extravían de sus rutinas programadas en las escuelas pueden ser premiados o castigados ya que son los mismos parasitados los encargados primero de medir estado contable y la seguridad del parásito, para luego decidir, los premios y las condenas. Y así habrá un parasitado creído en haberse salvado de esa situación abriendo y cerrando las puertas de las cárceles y los psiquiátricos, de las escuelas, y las farmacias, de los circos y los shopping. Y sobre todo cavando alguna tumba para lo que pareció un suicidio.

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